La correcta laicidad del Estado, según el Papa Francisco ? editorial Ecclesia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La correcta laicidad del Estado, según el Papa Francisco ? editorial Ecclesia
Días atrás, el Papa concedió una amplia entrevista al periódico católico francés "La Croix" (ver página 32). De entre los múltiples e interesantes temas abordados, los medios de comunicación han destacado la afirmación de Francisco de que "los Estados tienen que ser laicos" y su constatación de que "los confesionales acaban mal y están contra la historia".
La aseveración del Santo Padre, como el resto de las observaciones que a este propósito realizó en la misma entrevista y que ahora glosaremos, es impecable. Evidentemente, no se trata de ninguna novedad en la doctrina eclesial al respecto, que encuentra su referente en el Concilio Vaticano II y en el posterior magisterio pontificio. Y tan cierto es esto que apenas quedan países confesionales católicos y que la Iglesia quiere precisamente la aconfesionalidad o la laicidad positiva ?este término fue así acuñado por Benedicto XVI- y poder desarrollar su misión en libertad e independencia de los poderes civiles y, a la par, en la búsqueda constante de la colaboración en pos del bien común.
Francisco, que ahondó en esta visión de la separación positiva entre la Iglesia y los Estados, sabía que sus palabras tenían como primer destinatario Francia, un país que hace gala de su laicismo, no siempre, por cierto, adecuadamente aplicado y vivido. Y es que "la versión del laicismo ?subrayó el Papa- debe ser acompañada por una ley sólida que garantice la libertad de religión", ya que "cada uno debe tener la libertad de expresar la propia fe en el corazón de sus propias culturas, y no en sus márgenes". Y poder hacerlo con sus signos y expresiones y si, por ejemplo, la mujer musulmana quiere usar el velo, "debe poder hacerlo", y esto vale también "si un católico quiere usar una cruz".
De ahí, que también Francisco advirtiera de la necesidad de "no exagerar con el laicismo", que "lleva a considerar las religiones como subculturas, en vez de culturas con todos sus derechos". Una actitud que puede persistir, fruto de los rescoldos de la Ilustración como el racionalismo o el materialismo, en nuestras sociedades contemporáneas. Y en concreto, señaló que "Francia tiene necesidad de dar un paso hacia adelante en este tema, para aceptar que la apertura a la transcendencia es un derecho de todos". Y, claro, ¿cómo negar que esta misma tentación existe también en España, como hemos visto este último año en comunidades autónomas y ayuntamientos (sin ir más lejos, remitimos a la página 10 del número de ecclesia de la pasada semana) y cómo ?ojalá no- podremos volver a escuchar en la inminente campaña electoral?
Los periodistas franceses plantearon asimismo al Papa la forma en que los católicos deben hacerse presentes en un contexto cultural crecientemente alejado de la tradición cristiana, y, en especial, el modo de afrontar las legislaciones que consideran injustas y contrarias a valores y derechos fundamentales. Francisco recordó que el Parlamento es, sí, el ámbito propio para aprobar las leyes; pero, a continuación, reivindicó la necesidad de que el Estado respete la conciencia de los ciudadanos. "El derecho a la objeción de conciencia ?concretó- debe ser reconocido dentro de la estructura jurídica, porque es un derecho humano, también para los funcionarios públicos". Y el Estado debe tomar en consideración las críticas frente a las leyes, también cuando provienen de los católicos, lo que "sería una verdadera forma de laicidad".
¿Cuáles son, entonces, las conclusiones, aplicaciones e interpelaciones que estos planteamientos del Papa han de dejar entre nosotros? En primer lugar, recordar que la Iglesia no es enemiga de la democracia y de la pluralidad, sino todo lo contrario. La Iglesia quiere que los países vivan en democracia y acogidos al Estado de derecho y de derechos, uno de los cuales ?tan sagrado como el que más- es el de la plena libertad religiosa.
La Iglesia, en segundo lugar no es ni agente ni "socio" político. Y no quiere ni añora "cesaropapismos" de ninguna naturaleza, como tampoco quiere ?significaría la vulneración, en el grado que correspondiera, del derecho a la libertad religiosa- la marginación o ridiculización del hecho religioso.
La Iglesia ofrece y brinda su colaboración a los distintos actores políticos y a los gobernantes; y reitera su disposición permanente al diálogo y al servicio a todos los ciudadanos, entre los que se encuentran, en igualdad de derechos, los católicos. ¿Tan difícil es de entender y de aplicar?