#EditorialEcclesia: Merece la pena

#EditorialEcclesia: Merece la pena

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Sí, incluso en tiempos de COVID-19. En este contexto de inseguridad creciente que nos plantea esta enfermedad, nosotros podemos y debemos hablar de esperanza. Es urgente alimentarla de la mano del consuelo a quien más está sufriendo las consecuencias de la pandemia. Por eso es el momento de reencontrarnos con los demás desde la manera más justa, con la proximidad que nos permita despertar en nosotros nuestro lado más humano y solidario.

El virus no se ha ido. Sigue truncando la vida de muchas personas y sus familias, ante las que el Papa Francisco nos invita a ser "inyección de esperanza".

En este tiempo de incertidumbre para nuestra sociedad, nuestra entrega solo debe salvaguardar las distancias sanitarias, porque no solo debe colmar y acompañar en lo físico, sino también en lo espiritual. Por eso nuestra misión debe ser doblemente responsable. Por un lado, siendo conscientes de que el coronavirus está atacando al corazón de la economía y las familias tendrán que luchar por mantenerse a flote. Un tejido social que se está desgarrando al que hay que sumar el miedo a la enfermedad.

Por eso, en el segundo aspecto, debemos concienciarnos con las medidas sanitarias pertinentes. Debemos asegurarnos de que aprendemos la lección y que esta crisis sea un punto de inflexión. El Papa ha recordado que "en el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad", y también ha destacado que la situación no ha terminado, ya que "en muchos países, los hospitales siguen luchando, recibiendo demandas abrumadoras, enfrentando la agonía del racionamiento de recursos y el agotamiento del personal sanitario".

Ante todas estas piedras que nos paralizan, todos estamos llamados "a hacer nuestra parte" y asumir las cargas de manera compartida más allá de la resignación o la nostalgia. Es el momento de hacer latir nuestra actitud de esperanza, de poner en práctica un proyecto que permita un futuro solidario que se sostenga mutuamente, manteniendo relaciones de cuidado y poniéndonos en manos del amor de Jesús, con la confianza de que merece la pena seguir manteniendo la esperanza.