Pasar de la confrontación a la comunión, aunque no sea plena, deber ecuménico ? editorial Ecclesia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Pasar de la confrontación a la comunión, aunque no sea plena, deber ecuménico ? editorial Ecclesia
Hace cerca de dos años, a finales de enero de 2016, la Santa Sede hacía público un comunicado, mediante el cual anunciaba la participación del Papa Francisco en la apertura, el 31 de octubre de aquel mismo año, en Lund (Suecia) la conmemoración conjunta católico-luterana del quinientos aniversario de la reforma protestante. Aquel mismo comunicado explicaba, además, los criterios bajo los cuales nuestra Iglesia se sumaba a los distintos eventos.
El primero de estos criterios ha sido partir de "los sólidos progresos ecuménicos entre católicos y luteranos y los dones recíprocos surgidos del diálogo". Y en concreto, la Santa Sede mencionaba la "Declaración conjunta sobre la doctrina de la Justificación" (1999) y el documento de estudio "Del conflicto a la comunión" (2013), ambos suscritos conjuntamente por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Internacional. Este último, además, es el primer intento, por ambas partes, de describir juntos la historia de la Reforma y de sus intenciones y presentaba los temas de acción de gracias, arrepentimiento y compromiso de testimonio común, con el fin de expresar los dones de la Reforma y pedir perdón por las divisiones que siguieron a las disputas teológicas.
Partiendo, sobre todo, del documento "Del conflicto a la comunión", la conmemoración, asimismo, ha contado con una guía litúrgica "Common Prayer" ("Oración común"), aprobado también por ambas partes.
Con todo ello, y tras el extraordinario camino recorrido en el último medio siglo, bajo el impulso del Concilio Vaticano II y de los sucesivos Papas, se pretendía ahondar más en lo que nos une que en lo nos separa y en superar la dialéctica de la confrontación -tan recurrente y hasta con excesiva acritud- y buscar, desde lo que nos une, la comunión existente, aunque no plena, entre católicos y luteranos.
En definitiva, esta conmemoración ha rehusado, acertadamente, reiterar y multiplicar descalificaciones, recelos y anatematismos recíprocos, apostando, en cambio, por proseguir en el inaplazable camino común hacia una unidad y comunión cada vez más plena, siguiendo el taxativo mandato del Señor al respecto. Y con "la ayuda de Dios, discernir a través de la oración nuestra comprensión de la Iglesia, la eucaristía y el ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las restantes diferencias que existen entre nosotros", tal y como se lee en la declaración conjunta católica-luterana del pasado 31 de octubre.
El Concilio Vaticano II, en uno de sus textos más emblemáticos, el decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, afirma expresamente que "el pecado" de la separación se produjo "no sin responsabilidad de ambas partes" y que, por ello, el camino hacia la unidad solo se puede recorrer pidiendo humildemente "perdón a Dios y a los hermanos separados, como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido". Porque "a las faltas contra la unidad pueden aplicarse las palabras de san Juan: "Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso, y su palabra no está en nosotros"".
Ello, en el contexto concreto de la conmemoración de la reforma luterana, significa que el camino no es volver a buscar responsabilidad y culpabilidades unilaterales, sino en asumir los errores y hasta pecados de ambas partes. Y hacerlo con humildad, con arrepentimiento y propósito de la enmienda para que las muy notables deficiencias y faltas del pasado, no se vuelvan a reproducir ni en el presente ni el futuro. Y ello conlleva también, por ejemplo, que, en la conmemoración de este quinientos aniversario, nadie con autoridad y representatividad ha "canonizado" a ninguno de los protagonistas de 1517 y años sucesivos, ni nadie tampoco ha usurpado ?ni debe usurpar- el juicio de Dios sobre los mismos.
Y recordando también la afirmación de Unitatis redintegratio "pues, aunque la Iglesia católica posea toda la verdad revelada por Dios, y todos los medios de la gracia, sin embargo, sus miembros no la viven consecuentemente con todo el fervor" y el primado de la verdad y del amor como básicas premisas ecuménicas, nuestra entera comunidad católica ha de dar gracias a Dios por cómo ha discurrido la conmemoración que nos ocupa y ha de seguir apostando decidida y valientemente por el camino ecuménico. Un camino que requiere conversión del corazón, oración unánime y constante, diálogo leal, humildad sincera, encuentro abierto y fraterno, y también gestos, testimonios, actos y acciones de cooperación, colaboración y celebración.