Tres acentos de Francisco para la revolución del Evangelio ? editorial Ecclesia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Tres acentos de Francisco para la revolución del Evangelio ? editorial Ecclesia
"No estoy haciendo ninguna revolución. Estoy tratando de que el Evangelio vaya adelante. Pero imperfectamente, porque pego patinazos a veces?". Son palabras del Papa Francisco, palabras que rezuman realismo, decisión y humildad, palabras entresacadas de la larga e interesante entrevista que acaba de conceder al diario español El País (ver página 32). Francisco lo tiene claro: la brújula de la Iglesia, de su reforma y hasta revolución permanente no es otra que el Evangelio de Jesucristo. No lo son las modas, los dictados de lo políticamente correcto o del marketing. Y ciertamente nada ha transformado y revolucionado más y para bien el mundo que el Evangelio. Ha sido y sigue siendo una revolución llevada a cabo no tanto por "los teólogos, ni los curas, las monjas, los obispos?", sino, sobre todo, por "los santos".
Desde estas premisas básicas, no cabe tampoco duda de que los casi ya cuatro años de Francisco están imprimiendo en la Iglesia y en la humanidad una onda expansiva de cambio, de renovación, de reforma. La revolución permanente del Evangelio es, de este modo, asumida, vivida e implementada con fuerza, determinación y ejemplo por su actual Vicario en la tierra, quien la está impulsando imprimiéndole varios acentos y subrayados claves. Hoy, a la lectura de sus citadas y amplísimas declaraciones al citado diario español ?hora y cuarto de conversación, que da para mucho?- queremos quedarnos con tres de estos acentos.
El primero de ellos, muy al hilo y en el contexto de la actualidad social y política de nuestro mundo, se refiere a los liderazgos, con el telón de fondo cristiano de que la única salvación verdadera, definitiva y sanadora es la de Jesucristo. Y es que en medio del auge de los populismos de distinto espectro y orientación política y a propósito de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos de América, la primera nación del mundo, bueno es escuchar el análisis del Papa: "En momentos de crisis, no funciona el discernimiento y para mí es una referencia continua. Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave. Por eso siempre procuro decir: dialoguen entre ustedes, dialoguen entre ustedes".
La revolución que la Iglesia y el mundo demandan, pues, nunca será posible sin Jesucristo -el único salvador- o como si Jesucristo fuera un mero, aunque hermoso y glorioso, recuerdo del pasado o una aspiración idílica y hasta utópica. Y esta idea creemos que es de máxima importancia a la hora plantear bien la reforma integral de la Iglesia: no se trata de ocupar el poder, no se trata ni de banderías ni de cosméticas varias (ecclesia, número 3.864, página 5); se trata de configurarnos más y mejor con Jesucristo.
El segundo de los acentos de Francisco para impulsar la revolución del Evangelio es tomar conciencia de que uno de nuestros mayores peligros eclesiales actuales es dejarnos anestesiar el corazón, un riesgo, una enfermedad muy próxima a la cardioeclesoris, también detectada por Francisco y glosada en el Editorial de ecclesia del número 3.861-62. La anestesia del corazón es dejarnos adormecer por valores, principios, marcas y hasta mantras de nuestro mundo y reproducirlos, incluso miméticamente, en la vida de la Iglesia. "Lo que anestesia ?habla, de nuevo, Francisco- es el espíritu del mundo. Y entonces el pastor se convierte en un funcionario. Y eso es el clericalismo". Un clericalismo que no es propiedad exclusiva de clérigos, sino de todo aquel y todo aquello que se hace solo o sobre todo desde claves de funcionalidad, pragmatismo, economicismo, eficientismo y, en suma, en aras a la búsqueda del éxito mundano.
Y de ahí, y ya como tercer acento especial, que esta anestesia del alma y esta cardioclesoris devengan, tarde o temprano, en insensibilidad, indiferencia y lejanía. Y es que "una Iglesia que no es cercana no es Iglesia". Una Iglesia que no ve, que no siente, que no denuncia y combate la injusticia (ejemplos: la abismal y creciente desigualdad económica; el sistema económico centrado en el dios dinero y no en la persona; que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio; los índices desérticos de natalidad; las tratas humanas,?) no es Iglesia. Y así no habrá tampoco revolución alguna del Evangelio.