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En primer lugar, un saludo a los lectores de este nuevo blog en Ecclesia. Soy Fernando Cordero, religioso sacerdote de los Sagrados Corazones, que desde 2009 vengo haciendo cada semana una sencilla reflexión al Evangelio de cada domingo, ilustrado por los dibujos de Patxi Velasco Fano. Lo hacía en un blog en la revista 21 que en este mes de diciembre concluye su andadura después de más de un siglo.
He sido acogido con gran amabilidad con este nuevo blog en otra publicación de Iglesia. Lo importante es transmitir la Palabra y sentirnos partícipes de esta barca. Además de los comentarios, puede que alguna vez haga otras reflexiones, siempre al hilo del nombre del blog: “La despensa de Betania”. En la casa de Betania de María, Marta y Lázaro se encontró Jesús en muchas ocasiones. En la despensa de esa casa, además de alimentos, seguro que se encontraba como el tesoro más preciado los vínculos que generaban esa amistad.
Comenzamos ya ofreciendo el comentario al segundo Domingo de Adviento.
Mt 3, 1-12
Juan Bautista nos ayuda a prepararnos para recibir al Mesías. Cuando vamos a una fiesta o a un lugar que nos merece la pena, nos arreglamos de la mejor manera posible.
Ante la venida de Jesús, el Bautista nos invita a que convirtamos nuestro adviento en un momento especial para el cuidado, de nosotros y de los otros. Ante la invitación del último profeta del Antiguo Testamento, cabe pensar que preparar el camino al Señor, no consiste tanto en transitar más o menos velozmente por una vía exenta de obstáculos, sino la apertura a que, a pesar de las dificultades, queramos que el Señor Jesús venga a nuestra vida.
Urge arreglar nuestro camino interno, ese que transita por la circulación que lleva directamente al corazón. De ahí que, antes de citar las famosas palabras del profeta (cf. Is 40, 3), Juan el Bautista proclama con fuerza: “Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios” (Mt 3, 2). Me interpela, además, la situación de aquellos que se “desfondan”, que no dan sentido a su existencia, que pierden el horizonte en las crisis distintas de las etapas de la vida. La alegría y la esperanza son regalos que tampoco se pueden medir, porque nos sobrepasan, pero siempre se pueden pedir al Bajísimo, que viene a acampar entre nosotros, para darnos cuenta de que no todo depende de nosotros sino de la sorpresa de Dios que actúa maravillosamente en la cotidianidad habitada de nuestro presente.
Adviento es tiempo de cuidar a otros y de cuidarse mucho, de cambiar hábitos no adecuados, de descansar, rezar, servir y amar.