La oración del pecador

José-Román Flecha Andrés

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“Oh Dios, ten compasión de este pecador” (Lc 18,13)

Padre nuestro que estás en el cielo, muchas veces nos preguntamos cuál será la oración más perfecta. O tal vez nuestro egoísmo nos lleve a preguntarnos cuál será la más eficaz. En un caso o en otro se puede manifestar ese orgullo nuestro que deseamos encubrir con un deseo de perfección.

En el evangelio se nos dice que la oración del publicano fue más perfecta que la oración del fariseo. Evidentemente la perfección de la plegaria no depende tanto de la forma o de la belleza del texto como de la humildad del que la pronuncia.

La oración es auténtica cuando revela la honda verdad del ser humano y la sinceridad con la que se dirige a Dios. El fariseo se engaña a sí mismo al dar a entender que su pretendida bondad se debe a sus propias fuerzas.

El publicado en cambio, reconoce y confiesa que no tiene motivos suficientes para defenderse ante Dios. No pretende justificarse a sí mismo. Sabe que eres tú quien nos hace justos.

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Padre, tú sabes bien que esa debe ser mi propia oración. Mis manos no están limpias. Y mi corazón guarda demasiados rincones oscuros. No tengo motivos para presentarme ante ti presumiendo de mi inocencia.

Los hijos nos equivocamos muchas veces, cuando tratamos de presentar ante nuestros padres una realidad que no responde a nuestra propia verdad. Si a veces el cariño les lleva a disculpar nuestros errores, tú, oh Padre, eres el único que puedes perdonar nuestros pecados.

Hoy te suplico que tengas piedad de mí, que soy tu hijo. Necesito que tu misericordia se manifieste en crear en mí un corazón nuevo.

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Con la ayuda de tu gracia, esta ha de ser mi oración más sincera. Solo con una confesión semejante puedo manifestar ante ti mi verdad más profunda y mi mejor deseo. Yo sé que me escucharás porque tú eres mi Padre. Amén