La palmera en el arenal

Corpus

José-Román Flecha Andrés

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“Como estás mi Señor en la custodia, igual que la palmera que alegra el arenal, queremos que en el centro de la vida reine sobre las cosas tu ardiente caridad. Cristo en todas las almas y en el mundo la paz”.

Así cantaba el himno escrito por José María Pemán y musicalizado por Luis de Aramburu para el XXXV Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Barcelona del 27 de mayo al 1 de junio de 1952.

Han pasado ya setenta años. Por entonces muchas personas recordaban los días amargos de la guerra y pedían la amanecida de la paz. Creían que en la eucaristía se puede cncontrar cuanto queda de amor y de unidad. También ahora soñamos con esa palmera que puede traernos la caridad en medio del desierto de la indiferencia.

La ofrenda y la tradición

En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo recordamos el pan y el vino del sacrificio de Melquisedec, el rey-sacerdote cananeo que bendijo a Abraham (Gén 14,18-20). En ellos se encontraban dos pueblos, dos culturas y dos creencias. Andando los siglos, la eucaristía había de ser signo de unidad por encima de prejuicios y fronteras.

San Pablo recuerda a los corintios una tradición que él ha recibido y quiere transmitir con fidelidad (1 Cor 11, 23-26). Al celebrar la eucaristía, también nosotros hacemos memoria de las palabras de Jesús:

- “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Con el signo del pan, Jesús expresaba su entrega a sus hermanos. Los que participaban en aquella cena y los que habríamos de seguir sus pasos a lo largo de los tiempos.

- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. El vino compartido hacía visible el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza nueva de Dios con los hombres. La sangre significaba una alianza de amor. Era su vida y la nuestra.

- “Haced esto en memoria mía”. La muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la eucaristía proclamamos que su memoria pervive en nosotros. La presencia de Cristo está viva en medio de su comunidad.

- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La fe cristiana nos lleva a evocar aquella memoria del pasado y a vivir anclados en una esperanza activa del futuro.

Nuestra entrega

El evangelio nos propone hoy el conocido relato de la multiplicación o distribución de los panes y los peces. Ante la necesidad de las gentes, Jesús nos invita a compartir con los demás lo que somos y tenemos.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras no reflejan solo una ocurrencia momentánea. No son una simple llamada a la generosidad personal. Tampoco son solamente una indicación para cambiar un sistema económico-social. Son todo eso y mucho más.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son una interpelación y un mandato para los discípulos que le seguían. Pero se extienden a todos los cristianos de todos los tiempos. Desenmascaran nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son un grito profético que denuncia nuestra insolidaridad y anuncia y propugna una cultura de bienes compartidos. La eucaristía que celebramos nos exige hacer nuestra la entrega de Jesús, vivir un amor sincero a los demás y promover una caridad generosa y una justicia eficaz.

- Señor Jesús, en la eucaristía tú nos has dejado el memorial de tu pasión y la certeza de tu presencia entre nosotros. Hoy queremos recordar tu mandato y compartir con nuestros hermanos más necesitados el alimento que sacia el hambre y también la fe que ilumina el camino. Amén.