El regreso
En la parábola del hijo pródigo, Jesús nos recuerda que Dios siempre nos espera con los brazos abiertos y que su casa no tiene cerrojos
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“Me pondré en camino adonde está mi padre” . (Lc 15,18)
Señor Jesús, tú sabes que en muchas ocasiones hemos soñado con encontrar la libertad. Lamentablemente pensábamos que ser libres significaba dejar la casa, sus tradiciones y sus normas. Como si la libertad exigiera la lejanía y el olvido.
Pero es más triste recordar que el logro de la libertad equivalía para nosotros a dejar atrás a los que nos habían dado la vida y nos habían enseñado su sentido más verdadero. Como si la libertad significara romper y despreciar los lazos del amor.
Por desgracia, hemos dejado a un padre para someternos a la avaricia y la indiferencia de un tirano. Hemos olvidado la gracia de ser hijos para aceptar tristemente la desgracia de ser esclavos. Hemos pagado con hambre la sed de la libertad.
Pero ha sido el hambre la que nos ha llevado a recordar el pan y la comida de nuestra casa. Ha sido la soledad la que nos ha enseñado a valorar la compañía de los que nos aman. Nos hemos visto obligados a cuidar puercos para añorar la ternura familiar.
Señor Jesús, hemos malgastado todos los bienes que nos correspondían en herencia y no hemos tenido más remedio que mendigar lo necesario para sobrevivir. “Hemos puesto nuestra confianza en seres de polvo que no pueden salvar”.
A pesar de todo, tu gracia nos ha ayudado a aprender que tu Padre y nuestro Padre nos espera siempre con los brazos abiertos. Su casa no tiene cerrojos. Nada nos impide regresar a ella. No vamos a ser acogidos como simples jornaleros. Él sabe bien lo que es la libertad. Solo su amor puede hacernos libres.
Señor Jesús, la parábola que llamamos del hijo prodigo refleja la bondad de nuestro Padre. Y manifiesta también nuestro error al abandonarlo y nuestra insensatez cuando permanecemos junto a él por interés. Que tu ejemplo y tu palabra nos ayuden a ponernos en camino hacia su casa que es también la nuestra.