Tres consejos

El Evangelio de es una invitación a rezar, a pedir siempre a Dios pero también a abrir nuestra propia puerta a quien nos necesita

Tres consejos

José-Román Flecha Andrés

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“Pedid… Buscad… Llamad” (Lc 11,9)

Señor Jesús, con esas tres palabras tú has querido enseñarnos el sentido y el valor de la oración. Esas tres palabras te definen a ti mismo, reflejan nuestra condición humana y resumen toda la misión de la Iglesia.

• En el marco de la última cena, tú pediste al Padre celestial por nosotros. Y desde lo alto de la Cruz le pediste perdón por los que te llevaban a la muerte.

Al invitarnos a pedir, nos ayudas a descubrir y aceptar nuestra pobreza. Somos unos mendigos que no podríamos subsistir sin la limosna de la misericordia divina.

Pero tanto nosotros como la Iglesia sabemos que nuestras peticiones siempre serán escuchadas por tu Padre, que es el nuestro.

• Cuando José y María te encontraron en el templo, tú les preguntaste por qué te buscaban. Y a lo largo de tu vida una y otra vez preguntaste a quién buscaban los que querían seguirte o deseaban prenderte.

A nosotros nos recuerdas la decisión del pastor que salió a buscar la oveja que había perdido y la diligencia de la mujer que dedicó su tiempo a buscar una moneda.

Tanto nosotros como la Iglesia hemos de superar nuestra autosuficiencia y salir en busca de los hermanos que no te conocen.

• Tú invocabas al Padre celestial para darle gracias porque siempre te escuchaba. Al presentarte como la puerta del redil de las ovejas, nos exhortas a llamar confiadamente, sabiendo que nos abrirás.

Con la imagen de aquel que a medianoche tocaba a la puerta de un amigo para pedirle unos panes, tú nos invitas a tocar a la puerta del Padre y nos exhortas a abrir nuestra propia puerta a quien nos necesita.

Nuestra Iglesia no puede hacerse sorda a la llamada, silenciosa o clamorosa, de las gentes que requieren su orientación o su consuelo.

Señor Jesús, pedir, buscar y llamar definen nuestra indigencia humana. Pero al mismo tiempo, anuncian proféticamente el don de la misericordia divina. Bendito seas Señor. Amén.