El rico y el pobre

El Evangelio de este domingo nos alerta del egoísmo personal y la indiferencia ante el pobre y nos exhorta a no caer en estos pecados

El rico y el pobre

José-Román Flecha Andrés

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“Os acostáis en lechos de marfil..., coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo..., bebéis vinos generosos... y no os doléis de los desastres de José”. Con estas palabras, Amós, el pastor llegado de Judea, denuncia los crímenes de los ricos de Samaría que ignoran y desprecian a los pobres de las tierras de Efraím y Manasés (Am 6,4-7).

Con el salmo responsorial, proclamamos que Dios está cerca de los pobres: “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos” (Sal 145,7).

La comunidad cristiana nunca deberá olvidar la recomendación que san Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza” (1 Tim 6,11). Esas seis actitudes, más la oracion que le recomienda también, son un buen resumen del camino cristiano.

La suerte y la muerte

En el evangelio de Lucas se nos presenta hoy la parábola del rico y el pobre (Lc 16, 19-31). El pobre tiene un nombre que indica su dignidad. Se llama Lázaro, que significa “Dios ha ayudado”. Del rico solo se recuerda su opulencia y su indiferencia ante el mendigo que está tendido a su puerta. El texto nos presenta un duro contraste.

• En un primer momento, se contrapone la condición de ambos personajes. El rico se viste de púrpura y de lino y goza de espléndidos banquetes. El vestido y la comida revelan su estado social. El pobre, en cambio, está cubierto de llagas y, solo desea las migajas que caen de la mesa del rico. Los perros le lamen las llagas y añaden dramatismo a su situación

• En un segundo tiempo, la muerte cambia la suerte de ambos. Desde los infiernos, el rico se dirige a Abrahán. Lo reconoce como padre y le ruega que envíe a Lázaro para que le refresque la lengua. Abrahán lo reconoce como hijo, pero le recuerda los bienes que tuvo durante su vida y los males que padeció Lázaro, que al fin ha encontrado consuelo.

Egoismo e indiferencia

En un tercer momento, el rico ruega a Abrahán que envie a Lázaro como mensajero, para orientar la conciencia de sus hermanos, de modo que eviten caer en el mismo lugar de tormento. Las dos respuestas de Abrahán son un mensaje imprescindible no solo para la comunidad cristiana sino también para toda la humanidad:

• “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Abrahán recuerda a los grandes testigos de Dios en medio de su pueblo. No se puede ignorar la importancia de la palabra de Dios. En escuchar y cumplir esa palabra está la salvación. Por eso siempre es preciso preguntarse qué es lo que nos impide escucharla.

• “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. El pecado y la tibieza nos impulsan a vivir a la espera de una señal “especial” de Dios para decidirnos a cambiar de vida. Pero esa señal tan extraordinaria ya se nos ha ofrecido en la vida cotidiana.

Señor Jesús, la señal divina que esperamos es la presencia humana del pobre que vive a nuestro lado. Así lo indicaban ya la Ley de Moisés y los profetas. Y así nos lo has enseñado tú con tu ejemplo y con tu palabra. Los pecados del rico son su egoísmo personal y su indiferencia ante el pobre. Líbranos de esos males y ayúdanos a vivir en la justicia y la compasión que tú esperas de nosotros. Amén.

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