La tentación
Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Señor Jesús, algunos piensan que la tentación implica siempre un pecado. Pero las gentes más sencillas saben que tentar un instrumento o un animal significa ponerlo a prueba. Tú nos enseñaste a pedir al Padre que no nos someta a la prueba. No podemos olvidar que somos débiles. Por eso le rogamos que no nos abandone cuando nos vemos probados.
Por otra parte, nosotros mismos somos a veces una tentación para nuestros hermanos. Con nuestras palabras tratamos de hacerles ver el mal como un bien. Y con nuestro comportamiento inadecuado les damos un ejemplo funesto que arrastra más que todos los discursos y todas las lecciones.
Sin embargo, hemos de reconocer que también tratamos de tentar a Dios. Lo sometemos a prueba. Nos ponemos en situaciones de peligro y después pedimos que él acuda a liberarnos. Mentimos descaradamente y esperamos que él venga a manifestar a los demás la verdad que nosotros hemos ocultado o falseado.
Nuestra avaricia ha contribuido al deterioro de la casa común y después culpamos a Dios de haber lanzado contra nosotros los desastres naturales. Robamos a nuestros hermanos los medios necesarios para subsistir y después blasfemamos contra Dios, afirmando que está dejando morir a sus hijos.
Tu fuiste tentado por el espíritu del mal. Fuiste sometido a pruebas para comprobar si eras Hijo de Dios como afirmabas. Los que te miraban con recelo te ponían a prueba para ver si eras fiel a la Ley y para invitarte a bajar de la cruz. Y hasta tus discípulos te tentaban para que aceptaras el estilo mesiánico que ellos esperaban de ti.
Señor Jesús, recordando las antiguas palabras del Deuteronomio, tú nos pides también hoy que no osemos tentar a nuestro Dios. Que tu Espíritu nos conceda sus dones para que aceptemos con humidad la voluntad divina y reconozcamos con generosa lealtad la dignidad humana de nuestros hermanos.