Ultrajes y confianza
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Con la celebración del Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa. En la primera lectura, se nos ofrece el tercer canto del Siervo del Señor, que aparece en la segunda parte del libro de Isaías. “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes” (Is 50,4-7). Es hermosa esa confesión de confianza en Dios, en una situación de acoso y de persecución.
El salmo 21 comienza con unas palabras que Jesús debió de recitar desde lo alto de la Cruz: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado” (Sal 21,2). Contra lo que pudiera parecer, este no es el lamento de un desesperado. De hecho, más adelante, el salmista confiesa que Dios ha escuchado su petición de auxilio (Sal 21,25).
También en el himno del abajamiento del Cristo, que se recuerda en la segunda lectura, San Pablo proclama que, siendo de condición divina, Jesús ha asumido la suerte humana. Por eso, Dios lo ha exaltado y le ha concedido un nombre por encima de todo nombre (Flp 2,9).
Abandono Humano
En este domingo, la alegría de la bendición y procesión de los ramos parece oscurecerse a la hora de leer la pasión de Jesús según san Mateo. De hecho, en la lectura de este texto, podemos observar al menos tres escenarios en los que la figura de Judas pone de manifiesto el abandono humano que ha de sufrir Jesús.
• El primero de ellos es el palacio de los sumos sacerdotes. Nos duele ver cómo Judas, uno de los discípulos, elegido personalmente por Jesús, negocia con los sacerdotes el dinero que puede cobrar por entregarles a su Maestro (Mt 26,14-26).
• El segundo escenario es el salón en el que Jesús celebra la última cena junto con los Doce. Allí anuncia claramente que uno de ellos lo entregará y, ante la pregunta de Judas, responde que efectivamente él será el traidor (Mt 26,25).
• El tercer lugar es Getsemaní. Mientras Jesús hace oración, lleno de tristeza y angustia, sus discípulos predilectos duermen. Cuando llegan los esbirros de los sumos sacerdotes, dirigidos por Judas, todos los discípulos lo abandonan y huyen (Mt 16,56).
Abandono Divino
Por otra parte, el texto contiene una frase en arameo que parece escandalosa: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que se traduce como “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es importante preguntarnos qué podemos encontrar en ese lamento del Señor.
• Una interpretación superficial. Algunos de los presentes en el Calvario no conocían bien la lengua aramea. El sonido de las palabras y el recuerdo de un texto del profeta Malaquías (3,23-24) les hicieron pensar que Jesús suplicaba la asistencia del profeta Elías.
• Una ignorancia evidente. Muchos lectores de hoy olvidan este salmo iniciado por Jesús. A la invocación con la que se suplica el auxilio de Dios sigue después el testimonio de su ayuda, una profesión de confianza y el anuncio de haber disfrutado de su gracia.
• Un eco muy actual. En nuestro tiempo, hay muchos creyentes que piensan que Dios los ha abandonado, cuando en realidad están padeciendo el abandono de otras personas que debían mostrarles su cercanía y prestarles su apoyo.
- Señor Jesús, sabemos y creemos que tú te has entregado por nosotros y por nuestra salvación. Siguiendo tu ejemplo, nos ponemos confiadamente en las manos de Dios y prometemos ayudar a nuestros hermanos a pasar por el valle del dolor. Amén.