Carta de las monjas cistercienses a los amigos de Buenafuente del Sistal, noviembre 2013
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Carta de las monjas cistercienses a los amigos de Buenafuente del Sistal, noviembre 2013
Esta tarde, aún en el contexto de la solemnidad de Todos Los Santos, nos gustaría invitaros a nuestra acción de gracias por los cientos de monjas que han entregado su vida al Señor en nuestra casa y que hoy y cada día interceden por nosotros. Algunas están en nuestro corazón porque hemos compartido nuestra vida con ellas, otras nos son desconocidas, pero todas han hecho y hacen posible el monasterio como hoy lo conocemos. Asimismo, en estos tiempos difíciles, apresurados, en los que ocurren tantas cosas y tan rápidas, es un gran apoyo el acompañamiento de la Asamblea Divina, sabernos cuidados por quienes nos han precedido en la fe y ya gozan de la Patria Celestial. No deberíamos dejar de dar gracias a Dios.
Con este pensamiento de ser agradecidas, se nos llenan los ojos de lágrimas por tantos bienes que nos da el Señor. Podríamos cantar con el pueblo judío en la noche de Pascua: "Eso nos habría bastado, nos habría bastado, Dayenu, Dayenu". Y a la vez, palpamos la precariedad diaria de ser una Comunidad pequeña y alejada? Puede parecer contradictorio, pero el Señor ha puesto en nuestro corazón que no es así, y nos ilumina con la historia de Gedeón: "Demasiado numeroso es el pueblo que te acompaña para que entregue yo a Madián en sus manos; no se vaya a enorgullecer Israel de ello a mi costa diciendo: ¡Mi propia mano me ha salvado! (Jc 7,2). De veintidós mil hombres que contaba el ejército de Israel, Yahvé se escogió a los trescientos, diríamos menos capacitados, y con estos pocos, Gedeón ganó la batalla. Este es el gran consuelo que estos días nos da paz y alegría en el corazón:"¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" (Ap 7,10).
Así es hermanos, somos pobres instrumentos, según las palabras del Papa Benedicto XVI el día de su elección: "Un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor". Así es como deseamos ser, dóciles y fáciles de usar, para participar en la misión de la Iglesia. La misma que Jesús encomendó a sus apóstoles ya hace más de dos mil años: "Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28,19); la misma misión a la que nos llama el Papa Francisco con el lema de la JMJ de Rio de Janeiro, y nuestro obispo Atilano en el título de la carta pastoral sobre la nueva evangelización: "Id y haced discípulos". Así nos dice nuestro obispo en esta carta: "En los primeros momentos de la Iglesia, la difusión del evangelio en la sociedad no se realiza tanto por lo que los cristianos dicen, sino por lo que viven". No nos piden ninguna proeza especial, hermanos, vivamos según el evangelio que profesamos, en comunión
Unidos en la oración y en la misión, vuestras hermanas