Chantaje clerical, por Roberto Esteban Duque

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Chantaje clerical, por Roberto Esteban Duque

Rubalcaba no ve ningún conflicto en la sociedad española para que haya una reforma en la actual ley del aborto, sino una "aceptación más que razonable en el conjunto de los ciudadanos".

En su opinión, no hay ninguna demanda mayoritaria en la sociedad que impulse un cambio en la ley vigente, y la política gubernamental no haría sino agrandar artificialmente los "débitos contraídos con la Conferencia Episcopal", una suerte de "compromisos que en la oposición uno contrae y que tiene que pagar" con el fin de "dar satisfacción a un sector de su electorado que no tiene ninguna satisfacción que llevarse a la boca".

No es Rubalcaba, aunque hile fino, un Voltaire español, capaz de contrarrestar con sagaz retórica la influencia casi hegemónica y procaz que presumen los socialistas posee todavía la Iglesia católica en demasiadas conciencias, como lamentaba recientemente el ex ministro Ramón Jáuregui. Más bien es el deseo insatisfecho de ciertos sectores de verla en ruinas, como la iglesia de San Damián que San Francisco contemplaba, lo que exaspera y lleva a diagnosticar su fuerza de "anómala y exagerada" en el debate público.

En su editorial, El País, además de un "retroceso intolerable" y "regusto franquista", no vacila en fundar la posible reforma de la ley del aborto en un "chantaje clerical" y calificarla de una auténtica involución que producirá una "situación de injusticia y desprotección". En la misma línea de hostilidad y rechazo hacia la intervención de la Iglesia en los grandes debates nacionales con el fin de crear una sociedad más justa y libre, El País considera que estaríamos ante una decisión ideológico-política promovida desde la cúpula de la Iglesia católica, creadora implacable de una vieja censura castradora y limitadora de los cambios necesarios exigidos por el progreso y el devenir de los tiempos.

Dos sencillas y vagas consideraciones podrían concluirse. En primer lugar, parece evidente que el actual rostro de la izquierda política y del diario El País en manos de Cebrián, influyentes notables del ciudadano medio de nuestra sociedad, desprecian de un modo manifiesto a la Iglesia católica. Rubalcaba siempre identificó a la Iglesia con la derecha, alineando ambas, cual oveja con su pareja, y considerando a la jerarquía eclesiástica como su verdadero enemigo. La izquierda política española, enlazando el laicismo liberal y el laicismo socialista, confluye en el diario El País como medio de expresión de un laicismo de inspiración liberal-radical y de un atávico sustrato anticlerical, y se muestra intolerante con la legítima pretensión de la Iglesia de plantear reformas legislativas o de intervenir en el ámbito cultural.

Y una segunda y necesaria valoración del discurso clerófobo de Rubalcaba y del dominante laicismo de neutralización de la línea editorial de El País puede entreverse en el desconcierto y enojo ante las multitudinarias manifestaciones contrarias en Francia al matrimonio homosexual, que no dejan de producirse y que incluso contrarían al impopular y desprestigiado presidente Hollande. Lo cual significaría el reconocimiento implícito de que en España la ideología de género ha impuesto y logrado sus objetivos, una profunda transformación de la mentalidad y de las costumbres, donde se acepta con normalidad ("aceptación más que razonable", dirá Rubalcaba) la despenalización del aborto, el matrimonio homosexual o las relaciones sexuales a edad temprana, implantadas en la educación, el lenguaje, las leyes y los multiformes estilos de vida.

Y todo ello sucede con la complacencia de potentes estructuras de apoyo cultural y económico, de carácter internacional, y con una perversa manipulación del lenguaje que contribuyen al oscurecimiento de una justa comprensión del valor de la vida humana. No es difícil adivinar que la moral judeocristiana se ha visto golpeada con dureza en los últimos tiempos, asistiendo a una deconstrucción cultural que sería el resultado de un largo y complejo proceso de secularización.

En realidad, el único Estado de Derecho será aquel que reconozca el principal de los derechos humanos, el primer derecho de una persona humana, como es el derecho a la vida, la abolición de la ley que despenalice el aborto, la eliminación de aquellas leyes que permitan el asesinato directo de un hombre inocente, calificado por la madre Teresa de Calcuta como el principal destructor de la paz en el mundo de hoy, y por Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae como "el asesinato intencionado de un hombre inocente" (EV, 62).

Muy a pesar de Rubalcaba y del diario El País, existe la grave obligación de rehabilitar a la conciencia colectiva el carácter delictivo del aborto en lugar de su asunción como derecho, denunciar la "conjura contra la vida" y "la cultura de la muerte" promovida por numerosos gobiernos y fuertes corrientes económicas y culturales. No pertenece a la autoridad pública ni a la sociedad, ni tampoco a la familia o a los agentes sanitarios, conceder o suprimir este derecho a vivir, en la medida en que es un derecho anterior a la misma sociedad, siendo el Estado quien tiene la misión de preservar los derechos de los más débiles. Siempre se ha pensado que los más dependientes merecen más protección y que el grado de civilización de una sociedad podrá evaluarse por el modo en que trata a los más vulnerables.

Roberto Esteban Duque

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