El Compañero de camino

El Compañero de camino

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El Compañero de camino, por Ángel Moreno de Buenafuente

Cuando se sale del lugar de residencia habitual, todo se convierte en impacto novedoso y, de no estar ensimismado, se percibe la realidad social, cultural, económica, religiosa con mayor sensibilidad.

En uno de mis últimos viajes a Alemania, me ha impactado la percepción del contraste que pude observar entre una exposición de arte abstracto, en el obispado de Colonia, y en la misma ciudad las construcciones más clásicas del románico y del gótico; y en Aquisgrán, la diversidad entre la música renacentista que escuché en la catedral, y la actuación de cantautores en las plazas. Ante estas escenas, de pronto, me descubrí un tanto consumista de instantáneas, al registrar con el móvil las estampas que más me impresionaban. Me ha sucedido especialmente, al fotografiar algunos cuadros abstractos, en los que se desbordaba la luz, y las torres góticas de la catedral; también al contemplar el esplendor de la bóveda y el ábside de La-Chapelle, y la austeridad del trono de Carlomagno, que según el guía, fue construido con planchas de mármol blanco, traídas de Jerusalén.

Al visitar la catedral de Aquisgrán, acompañado de una religiosa del Amor de Dios, nos encontramos con un guía de Tenerife, escuchamos atentos sus conocimientos, a la vez que compartíamos la posible interpretación del cúmulo de signos, que contenía la arquitectura del recinto octogonal del templo. El joven guía canario, que nos atendió, excusándose al principio porque solo tenía quince minutos, permaneció con nosotros más de una hora, y nos deleitamos sumergidos en el arte, en la historia, en el misterio que guardaba el lugar sagrado. ¡Qué distinto es ver algo solo, o poderlo compartir con alguien de tu tierra! ¡Qué distinto caminar anónimo, que de la mano amiga!

Al pasear por las calles, en medio de todo el universo de peatones, vestidos con trajes de corte, o con el mayor desenfado, es llamativo el contraste entre los escaparates de los comercios en carnaval, y las siluetas serenas de edificios emblemáticos. Ante tanta barahúnda, en un momento oportuno, accedí al interior de un templo, y experimenté la calma, la serenidad, la trascendencia, el arte, la armonía, el orden, la piedad, que invitaban a permanecer un tiempo en silencio y en oración.

Guardo memoria de uno de mis primeros viajes a Alemania, cuando estando en Olpe, dando Ejercicios Espirituales, decidí dar una vuelta por la ciudad totalmente solo, sin que nadie me conociera. Aquella sensación de anonimato, en medio del ir y venir de las gentes del lugar, me impactó. Caminaba envuelto en una burbuja de pensamientos. En aquella ocasión, al ver la silueta de la iglesia parroquial, me dirigí hasta el templo, y cuando entré, al encontrarme con que en el altar mayor estaba expuesto el Sacramento en la custodia, sentí, sobrecogido, el impacto de saberme reconocido. Alguien allí sabía mi nombre, conocía mi historia, a Quien podía hablarle en mi propia lengua. Es muy hermoso tener la experiencia de saberse conocido en un lugar extranjero.

Reconozco el bien que se recibe al sentir el arte, la música, la belleza, la luz, la diversidad de personas con las que te cruzas por las calles, itinerancia abierta, enriquecedora, reencuentro con los valores eternos y con la perspectiva trascendente. Es momento de percibir que uno pertenece a la humanidad, que peregrina hacia la ciudad de Dios, como aparece en la bóveda central del deambulatorio de la catedral de Aquisgrán, y que nunca va solo.