Cuadros de Espiritualidad, mes de mayo de 2015, por la laica Araceli de Anca Abati
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Cuadros de Espiritualidad, mes de mayo de 2015, por la laica Araceli de Anca Abati
Enderezar nuestro caminar hacia Dios con una continua conversión del corazón.
Discute un matrimonio: él le recrimina a ella y ella le insulta a él. Después, porque fueron grandes las quejas y los insultos, dirán que ya nada será igual que antes. Y todo por elevar sus opiniones a la categoría de "listos" diosecillos que sólo sirvieron para amargarles la vida.
Pero si se quieren, se pedirán perdón, aunque quizá tarden en olvidar el recuerdo de tanta ofensa…, quizá necesiten tiempo para que todo vuelva a ser igual que antes y retornar al amor de siempre.
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Y en el campo espiritual, ¿cómo plantear nuestra vida para eliminar rencores y ofensas y reconducir nuestro corazón para que sólo reine el Único Dios verdadero y conseguir lo que de parte de Dios nos transmite Isaías cuando "dice el Señor, rey de Israel, y su Redentor el Señor de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo el último, y fuera de mí no hay otro Dios" (Isaías 44, 6)?…
Un buen remedio será:
– al levantarnos, ofrecer a Dios nuestras obras,
– durante la jornada, rectificar la intención redirigiéndola una y otra vez a Dios cuando la mirada del corazón se vuelva hacia los diosecillos
– y al terminar el día, hacer un examen de conciencia para que la contrición nos lleve a nuevos puntos de conversión de nuestro corazón a Dios.
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Con una oración litúrgica tradicional rezamos:
"Te suplicamos, Señor, que con santas inspiraciones prevengas nuestras acciones, y con tus auxilios los continúes, para que todas nuestras oraciones y nuestras obras por Ti empiecen y en Ti terminen"
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La trascendencia del trabajo.
Decía un oficial del Ejército: "A la tropa, o se le exige estar en ejercicio plenamente o se la mantiene en reposo".
-¿Y por qué plenamente?
-Plenamente para que no pierda el hábito en sus actuaciones militares y no caiga en apatía y desgana en detrimento de la dignidad de la bandera del país que representa. Porque ¿qué se pensaría de un soldado que en vez de dar pasos marciales caminara desgarbado, o dejara la orden recibida para "mañana", o dijera: ¡qué más da!?
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Pues con más seriedad ha de tomarse el hombre su trabajo profesional, porque el encargo de trabajar lo recibió del mismo Creador desde el primer momento de la Creación (cfr. Génesis 2, 15).
Y como la tropa, el hombre ha de ejercitarse plenamente en su trabajo, dignificándolo si lo hace con profesionalidad, intensidad, orden y para servir a los demás.
Además, el trabajo quedará más dignificado aún si quien trabaja lo santifica porque lo hace con Amor de Dios.
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El trabajo como vocación universal de todo hombre, tiene consecuencias trascendentes. Así dice Wilhelm Blank: "Todo trabajo humano contribuye a la Creación y a la Redención. A la Creación, porque el trabajo la desenvuelve y la conforma, y a la Redención, porque da a lo desorientado una orientación hacia Dios".
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La oración de petición se activa en la tierra, explosiona en el Cielo y se nos devuelve en bendición lo que Dios nos ha concedido.
Bendita y original "bomba" la oración de petición, la que requiere bendiciones de lo Alto. Oración que hacen estallar en el Cielo los que peregrinan en la tierra, porque su tiempo es tiempo de merecer.
Nuestra oración -esa "bomba"- se activará en la tierra, explosionará en el Cielo y como lluvia bendita dejará caer lo que Dios nos haya concedido, pues "La oración del humilde traspasa las nubes, y hasta que no alcanza su fin no se contenta, ni desiste hasta que el Altísimo la atienda", leemos en el Libro del Eclesiástico
(Eclesiástico 35, 21).
Oración de petición en la que podremos poner a los Santos como intercesores ante Dios. As se cuenta de un Santo que se apareció en sueños a una persona, pidiéndole que rezara por un alma que se hallaba en el Purgatorio. Su petición fue atendida, y al poco tiempo, en otro sueño, supo que aquella alma finalizó su purgación, entrando dichosa en el Cielo.
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Sin embargo, los Santos, aunque poderosos intercesores ante Dios, no moverán una hoja si nosotros no "soplamos" desde la tierra; si rezamos, si "soplamos", no sólo no se moverá algo en el Cielo, sino que se producirá como un "huracán" cuando, por complacernos, los Santos insisten a Dios que les conceda cuanto pedimos. Ellos lo conseguirán, mas siempre por los Méritos de Jesucristo y la Mediación de la Virgen.
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Y si el Señor dice a santa Catalina de Siena: "Estoy encadenado por las ligaduras de vuestros deseos, pero estas cadenas las he formado yo mismo", es porque la oración cristiana, como leemos en el Catecismo, es cooperación con la Providencia de Dios y su designio de amor hacia los hombres (cfr. nº 2738).
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Profetiza Isaías, de Jesucristo: "¡Ciertamente contigo hay un Dios escondido!" (45, 15).
Pues porque escondido estás, Señor, y porque te quiero, te buscaré y te encontraré, y siempre fiado de lo que dijo Jeremías: "Bueno es el Señor para los que esperan en Él, para las almas que le buscan" (Lamentaciones 3, 25).
Dios mío, ¡cuántos bienes tienes prometidos para el que te busca!
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Y por eso…
-te escondiste, Dios Padre Creador, en la nube que cubría la Tienda de la Reunión, durante el éxodo de tu Pueblo por el desierto, si bien se te entreveía por la Gloria divina que llenaba el Tabernáculo (cfr. Éxodo 40, 34).
-te escondiste, Dios Hijo Redentor, en tu Humanidad Santísima, si bien te descubrieron los pastores, los sabios venidos del Oriente y los que creyeron en tus palabras y en tus milagros. Y ahora te descubrimos por la Fe en las Sagradas Especies eucarísticas que guarda el Sagrario, donde estás resucitado y glorioso.
-y te escondes, Dios Espíritu Santificador, en las almas que están en Gracia, si bien se te descubre por los Frutos divinos que afloran en ellas: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y Castidad.
Mas yo sé, Dios mío, que Tú estás detrás de las "causas segundas", permitidas o queridas por tu Providencia amorosa -acontecimientos que tantas veces nos harán llorar y sufrir-. Si descubrimos que estás ahí, las aceptaremos con gozo, sabiendo que son bendecidas por tu Gracia.
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A trabajar por nuestra Salvación eterna, nos urge san Josemaría Escrivá: "Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo" (CAMINO, nº 382).
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Por ser tú y yo miembros del Cuerpo Místico de Cristo, mis problemas te afectan a ti y tus problemas me afectan a mi.
¿Será posible que alguien diga a alguien, quien quiera que sea, "eso que me cuentas es tu problema", dándole a entender que no le importa?
¿Y será posible que no le importe, si todos somos hermanos traídos a la vida por la Voluntad amorosa del mismo Dios Padre Creador?
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Sí, nos deben importar, y mucho, los problemas de los demás, pues por la Comunión de los Santos una buena obra ?sea la que sea- de cualquier miembro del Cuerpo de Cristo, santifica a todo ese Pueblo de Dios, así como también todo pecado -el que sea-, cometido por quien sea, es una rémora para extender el Reino de Dios.
Un sencillo argumento humano llevó a san Pablo a hablar de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo: "No puede el ojo decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No te necesito. Más aún, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son más necesarios; y a los que parecen miembros más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor (…). Dios ha dispuesto el cuerpo dando mayor honor a lo que carecía de él, para que no haya división en el cuerpo, sino que todos los miembros tengan igual solicitud unos de otros. Si un miembro padece, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. Vosotros sois Cuerpo de Cristo, y cada uno un miembro de él" (I Corintios 12, 21-27).
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Será Dios Espíritu Santo -Alma del Cristo total- Quien nos haga sentir, amar, alegrar y sufrir por todos, haciendo nuestros los problemas de cada uno de los miembros de la Iglesia. Y será el mismo Divino Espíritu Quien nos haga descansar, si los problemas los compartimos unos con otros.
Con emoción, escuchamos las palabras del Apóstol: "…el cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es la comunión de la Sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es la comunión del Cuerpo de Cristo? Puesto que el pan es uno, muchos somos un solo Cuerpo, porque todos participamos de un solo pan" (I Corintios 10, 16-17).
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Huir del error, tomar consejo y adherirse a la verdad.
Seguro es que algo de anormal tendría el que por curiosidad fuera probando el agua de todos los pozos, o tomara setas de las mil variedades que el campo nos ofrece atraído por la rareza de sus formas y colores.
El final de esas experiencias sería, sin duda, una buena infección o un mortal envenenamiento.
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Y algo de anormal tendría quien por curiosidad o por creerse seguro de no tragarse ningún error, leyera todo escrito que le viene a las manos, porque eso sería tentar a Dios, sin nada que lo justifique.
¿Consecuencia?… Casi con toda seguridad, dejaría culpablemente dañada en él la ortodoxia de la doctrina recibida, porque el error suele ir arropado con apariencia de verdad; de ahí el desvelo de la Iglesia por preservarnos de lo que atenta contra la Fe y la Moral.
Expertos son los buenos teólogos, que, en consonancia con el Magisterio de la Iglesia, hacen verdadero el clásico aforismo de que la mucha ciencia acerca a Dios, y la poca -los que se dan de sabios y no lo son-, les aleja.
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San Pablo dejó escrito un diálogo del alma que lucha contra la tentación:
-"Todo me es lícito…
-Pero no todo conviene.
-Todo me es lícito…
-Pero no me dejaré dominar por nada" (I Corintios 6, 12).
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¡Felices quienes digan con san Pablo!: "…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gálatas 2, 20).
De la esperanza en la Promesa de la Venida del Mesías vivía el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento.
Y en espera de la Venida del Mesías se mantenían, en aquel peculiar estado, los justos que habían sido hallados dignos del Mesías prometido: Jesucristo el Señor nuestro…
"Cantad al Señor, y bendecid su Nombre: anunciad todos los días la salvación que de él viene (…) -cantaba jubiloso el Pueblo del Antiguo Testamento, y ahora lo canta el nuevo Pueblo de Dios-.
Alégrense los cielos, y salte de gozo la tierra, conmuévase el mar, y cuanto en sí contiene (…).
A la vista del Señor, porque viene: viene, sí, a gobernar la tierra Gobernará la redondez de la tierra con justicia: gobernará a los pueblos con su verdad" (Salmo 95, 2-13).
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Jesucristo, Dios Redentor, por fin viene a la tierra.
Y si Cristo, como vemos, curó a tantos enfermos, coetáneos suyos, alguno hasta con sólo tocar el borde de su manto fue curado (cfr. Mateo 14, 36)…, sin embargo a lo que vino, su Misión, fue a traernos Vida divina, y Vida en abundancia (cfr. Juan 10, 10). Vida que nos la sigue dando, generación tras generación, primero mediante el Bautismo y la Confirmación, y después por la Sagrada Comunión, donde nos da a comer su Cuerpo y a beber su Preciosísima Sangre.
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Por último, en Pentecostés, irrumpirá el Espíritu de Cristo en la tierra.
Y se cumplirá lo que predijo Jesús: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva. Dijo esto del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado" (Juan 7, 37-39).
Divina predicción la de recibir la Gracia del Espíritu Santo, hecha realidad en todos los Sacramentos, a los que abre la puerta el Bautismo.
"Convertíos -ordena san Pedro-, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Actas 2, 38).
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Dijo Jesús: "Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia"
(Juan 10, 10).
Lo dispuso el Creador. Sólo cuando el corderillo y el ternero, y también las aves y los peces, mueran de muerte violenta -sacrificados- nos servirán de alimento. Y por eso el hombre, desde tiempos remotos, después de criar ganado le quita la vida para alimentar la suya. Mas si ganado, aves o peces mueren por enfermedad no servirán, pues esa clase de muerte no engendra vida.
De modo semejante, cuando nosotros matamos, mortificamos, nuestro "ego" por Amor a Dios, dando la vida por los demás, daremos fruto, fruto de eficacia sobrenatural, pues dice el Señor: "…si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto" ((Juan 12, 24).
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Nos elevaremos a alturas inconmensurables, porque de Quien vamos a hablar ahora es nada menos que de Cristo, que sacrificó su Vida para dárnosla a nosotros. De esa Vida naceremos a una Vida nueva, vida de corte sobrenatural, porque la suya es Vida divina, pues Jesucristo es Dios y Hombre. Así, Él, el Cordero de Dios, se entregará para ser sacrificado en la Cruz.
"Es precisamente ‘en su muerte -dice Juan Pablo II- donde Jesús revela toda su grandeza y el valor de la vida’, ya que su entrega en la cruz es fuente de vida nueva para todos los hombres"…, muerte de Jesús en la Cruz que supuso entregar su Espíritu… "La entrega del espíritu presenta la muerte de Jesús semejante a la de cualquier otro ser humano, pero parece aludir también al ‘don del Espíritu’, con el que nos rescata de la muerte y nos abre a una vida nueva" (Enc. El Evangelio de la vida, nº 33 y 50).
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Así, los que se alimenten de Jesús Sacramentado, coman del Cordero de Dios y beban su Preciosísima Sangre, se abrirán a esa nueva Vida.
Lo dijo Jesús claramente, sin lugar a dudas ni a interpretaciones: "En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Juan 6, 53-55).
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Ni la verdadera riqueza puede ser robada, ni por nadie arrebatada la verdadera Vida.
¡Miserable y desgraciado el ladrón! Cuando roba cree que aumenta su riqueza pero lo que hace es disminuirla.
Efectivamente, él, al mismo tiempo que se embolsa simples "papelitos" -billetes de dinero-, empobrece su alma, restándole la belleza con la que fue creada.
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¡Paradoja! El que fue atracado, aunque se vea disminuido en sus bienes materiales, de otro modo podrá verse enriquecido, porque podrá sumar a sus bienes espirituales el ofrecimiento a Dios del malestar causado en ese atraco, y, más todavía, si, oportunamente, eleva a Dios una oración por sus agresores.
¿Y qué ocurriría si el trabajador hubiera ofrecido su trabajo a Dios, o sencillamente hubiera trabajado con el Amor de Dios en su corazón, y resultara que después le roban su salario?…, pues que, porque puso a buen recaudo su verdadera riqueza en el Cielo, nadie se la podrá arrebatar: los simples "papelitos" -significado material del valor del trabajo- sirven para vivir dignamente, pero no para aumentar la auténtica riqueza, de mérito sobrenatural.
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No tengamos miedo, ni tú ni yo, a que nos roben los papelitos-billetes, porque jamás nos robarán nuestra mejor riqueza, la sobrenatural.
Ni tampoco tengamos miedo a una posible agresión que llegara a suponer la muerte, pues si vivimos en Dios, que es tanto como decir que nuestra alma está en sus manos, de nada ni de nadie podremos recibir daño.
"A vosotros, amigos míos, os digo -dice Jesús-: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quien habéis de temer: temed al que después de dar muerte tiene poder para arrojar en el infierno" (Lucas 12, 4-5).
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Condición indispensable para transmitir la Luz divina al mundo: nuestra unión con Dios (cfr. Juan 8, 12).
Cables, enchufes, postes, luz y fuerza motriz…
Que el cable no produce la luz…, está claro.
Que sólo transmite la energía eléctrica si está conectado con el tendido de alta tensión…, está muy claro.
Y que el cable desunido o el tirado en el suelo será ineficaz, está clarísimo.
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Así, en el plano divino, la energía de eficacia sobrenatural la recibimos por la unión con Dios.
Y pues Jesucristo es la luz del mundo, si nosotros estamos unidos a Él, por la Gracia, que es donde se establece la conexión de nuestra alma con esa Luz divina, necesariamente brillará la santidad en nuestra práctica cristiana y transmitirá luz a los demás.
Por lo mismo, si nos faltara conexión con Cristo nos faltaría también la Luz divina. Nuestra actividad entonces sería sólo obra humana y no podríamos iluminar al mundo, que reclama, aun sin saberlo, esa luz de Cristo.
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Nuestro afán será, entonces, atender la invitación del Señor a seguirle, cuando nos dice: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8, 12).
Y no desesperemos aunque alguna vez nos desviemos de la Luz, pues ya dijo el profeta Miqueas: "No te alegres de mi suerte, ¡oh enemiga mía!; pues si caí, me levantaré; si me siento en tinieblas, el Señor es mi luz" (Miqueas 7, 8).