Embellecer la vida y no llenarla de guerras
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Es hora de embellecer la vida con existencias más humanas. Diríamos que es la gran asignatura pendiente. Pienso que tenemos que buscar la manera de actuar coherentemente. Sabemos que el odio es un mal terrible y, por desgracia, lo cultivamos hasta para competir. Los mismos programas educativos propician el éxito individual en lugar de la solidaridad. Igual sucede con una cultura arraigada al malestar y a la incertidumbre. Multitud de posiciones son absurdas. Por ejemplo, que un mal se bombardee con otro mal. Todos estos desajustes, dividen y además provocan miedo. Por innato principio, estamos obligados a hacer el bien; no hacerlo ya es por sí mismo, un mal muy grande. Es cierto que vivimos tiempos que generan una gran confusión, en parte porque la educación impartida mueve la maldad como defensa y hasta la justifica a veces, en lugar de instruirnos en la convivencia, en el valor moral y en el juicio recto, para poder sacar lo mejor de nosotros ante el aluvión de contratiempos, unas veces inventados por nuestra propia necedad y otros injertados al camino porque sí.
Todo tiene su punto positivo y también su contrariedad, depende de lo que el ser humano practique. Aún no hemos descubierto la vía de la coherencia y del consenso, del entendimiento y la persuasión. No se trata de hostigarnos unos a otros sin más, sino de resolver los problemas bajo la receta del diálogo. Está visto que el mundo tiene necesidad de maestros de vida, capaces de trasladar otros abecedarios más próximos con el prójimo, que nos hagan reflexionar sobre lo esencial y lo accesorio, puesto que todo está como muy adulterado, lo que genera una gran confusión. En cualquier caso, responder con el ruido de las armas para frenar los conflictos, lo que hace es encender la indignación y aumentar el horror. Como advirtió Cicerón en su época, yo también preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras. No tiene justificación una contienda entre hermanos. Al final todo se destruye y nada se respeta. Lo único que puede levantarse son las venganzas.
Por consiguiente, tenemos que mantener viva la esperanza de la paz en el mundo, es nuestro mayor tesoro, y vale la pena apostar por encontrar una solución a tantos desórdenes. Cuando se presenta una controversia como la de Siria, con la escandalosa denuncia de la supuesta utilización de armas químicas, lo más importante es ir a las causas. No pensemos en soluciones militares. Son de otro tiempo. A mi manera de ver, deben buscarse otras vías de diplomacia y mediación. Naciones Unidas debe estar alerta e implicarse, puesto que es, en dicha organización internacional, donde deben apoyarse los países. Indudablemente, debemos evitar males mayores, puesto que el triunfo de una guerra, aparte de empobrecer a los vencidos, tampoco enriquece a nadie, ni siquiera a los vencederos, y es una destrucción más del propio espíritu humano.
Yo estoy más por la postura de doblegar al enemigo sin tener que luchar, haciéndole ver que toda reforma impuesta por la fuerza no lleva a buen puerto a nadie. Desde luego, hemos de salir de esta hostilidad latente con otro tipo de actitudes más acordes con nuestra propia conexión universal. No olvidemos que todos precisamos de todos, y que no hay necesidad de malvivir bajo el imperio de las batallas. En cualquier caso, para que triunfe el bien y, así, pueda embellecerse la vida, será preciso reorientar el orden de las cosas en un buen uso, proteger y promover los derechos humanos es condición indispensable, ayudar a restablecer el estado democrático de derecho también es vital, así como pensar más en los seres humanos y menos en la economía, desarmarse y reconducirse hacia otros universos más auténticos, donde la verdad impere y la justicia no excluya. Al fin y al cabo, la vida no es para activarla de inútiles luchas, sino para disfrute social y de cada uno. Estoy seguro que un clima de buenas vibraciones entre humanos siempre ayuda mucho más a recrearnos en la belleza y a ser más felices; no en vano, este esplendor naciente que nace en los labios del alma, hace florecer todas las bondades y virtudes.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
28 de agosto de 2013.-