Oración filial al atardecer de la madre, por José Moreno Losada
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Oración filial al atardecer de la madre, por José Moreno Losada
Cada atardecer siento el regalo inmenso de la puesta de sol que, gratuitamente, se ofrece y se adentra en nuestro balcón. Junto al ventanal se ilumina el rostro de mi madre con su corona sencilla de cabello plateado que la hace señora de consuelo y de serenidad luminosa para mí.
Allí contemplo cómo su "yo" se deshace como el sol que se va escondiendo; siento cómo ella lo ha ido entregando como hija, hermana, esposa, madre, vecina, peregrina, etc., en relaciones afectivas y alegres, también de dolor asumido y compartido. Me alegra sentir que cuando su persona ya no se ha sostenido sobre ella misma, por ser debilidad radical, la hemos sostenido -con el mismo amor y afecto que ella ha entregado- aquellos que la consideramos como un "tú" valioso en nuestra vida, como un tesoro que no queremos perder y que nos gustaría hacerlo eterno para que nunca nos faltara.
Pero, en la suavidad de la tarde, en el color de las nubes, en el azul del cielo, en el fuego del sol, contemplo y acepto que el "tú" materno se deshace y nuestro amor mortal no es capaz de sostener su debilidad en el yo entregado y ultimado. Es ahí donde nos abrimos a la esperanza con la confianza de que tu "yo", madre, es un "tú" amado por el absoluto de la vida, por el Padre y Señor de todas las cosas, y que el amor que Él te manifiesta -y del que tú siempre te has fiado- identificándote ahora con Jesús entregando su "yo" en la Cruz, nos confirma que tu muerte está vencida para siempre, que nada te podrá separar de ese amor que da la vida eterna. Por eso queremos acompañarte, acariciándote cómo nunca lo hicimos, para que el paso sea sereno y amoroso, confiados en el Espíritu que nos asegura que irás delante de nosotros -a prepararnos morada-, en la compañía de la madre de Jesús -Virgen de los Dolores-.
Mientras contemplo y oro con esta luz y esta gracia del atardecer, entro en la comunión de los santos y voy recorriendo a todos nuestros seres queridos que ya dieron el paso definitivo dejando su yo mortal para encontrar en el Tú de Dios su ser resucitado y definitivo, el que nunca muere más. A ellos les pido que vengan y estén cerca para acompañarte y hacer que tu paso lo sea de alegría y de fiesta. Y sueño que el día que los demás tengamos que pasar de esta vida al Padre, lo haremos siendo acariciados por ti, madre, ya resucitada. Pero ahora no queremos otra cosa que vivir cada instante en la caricia para que, aunque aparentemente tu yo -que es nuestro tú valioso- esté desvanecido por la entrega total, nuestro amor sea soporte de "ti" en un amor sin límites, aunque sea débil y mortal en nuestro corazón de caminantes.
Y es ahora cuando el dormir está siendo tu lugar más seguro, como si estuvieras entrando a la puerta de la luz y de la paz por el sueño, queremos mirar al horizonte de tu sueño y anhelar contigo la vida que no acaba, la que está llena de la alegría de Dios y de los hermanos, la que no tiene llanto, ni luto, ni dolor… Y no puedo dejar de pensar en mis adentros contemplado tu rostro dormido aquello que tú has sembrado en nuestros corazones para nunca perder ni el sentido ni la esperanza, porque como tú decías: "Dios nunca me ha faltado en la vida, y menos cuando más lo he necesitado". Por eso, hoy, pienso, sueño y anhelo contigo y desde ti:
Dios es un sueño de los hombres y los hombres un sueño de Dios. ¿Por qué no? En el sueño somos gestados y en el sueño nos despedimos para ser siempre lo que fuimos en la esfera de un futuro esperanzado; futuro que se abre rompiéndose en el horizonte del absoluto. Nada queda agarrado en la historia de lo humano y, sin embargo, todo puede ser vivido en el anhelo de la vida, el deseo y el espíritu de la eternidad.
Anhelar es abrirse a la búsqueda de un horizonte para caminar, de una inquietud para vivir, de un cimiento para apoyarse, de un lugar para identificarse, de mares para navegar, de un camino para ir, de una vejez para arribar a la otra orilla. Permanecer es morir; pero salir, andar, caminar en búsqueda inquieta de quien quiere ser y hacerse, eso es vivir. El proceso es imparable, y la humanidad, cansada de permanecer, se siente agonizante. Así, en cada uno de sus suspiros, anhela volver a la fuente del agua de la vida, al espíritu, a la creación inquietante de un amanecer que anuncia las albricias de lo verdaderamente humano y que escapa de la institucionalización de lo normado en el mercado del tiempo, porque abre espacios de libertad creativa y creadora, porque todo está por hacer en el camino de la eternidad. No debemos, no podemos renunciar al anhelo del absoluto, porque solo en él podremos descansar con este corazón inquieto que nos golpea y empuja al nuevo día, al apocalíptico octavo, donde todo se hará nuevo, porque el primer mundo ha pasado y el mar ya no existe.
(*)Este texto fue escrito por su autor cuando presentía cercana la muerte de su madre. Lo concluyó el domingo por la mañana -celebración del Corpus Christi-, y por la tarde ella falleció.
José Moreno Losada. Sacerdote de Badajoz