Pedro y Pablo
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La celebración de la fiesta de san Pedro y san Pablo nos invita a viajar, al menos con el recuerdo y la imaginación, a la iglesia de Santa Maria del Popolo, en Roma. En los muros laterales de la capilla Cerasi podemos contemplar dos lienzos impresionantes, obra de Michelangelo Merisi da Caravaggio.
En uno de ellos, que parece tener por protagonista al caballo alazán, se nos presenta la caída de Pablo, que, ofuscado por una luz celestial, eleva al cielo sus brazos suplicantes. En el otro, Pedro aparece recién clavado en una cruz que tres personajes tratan de poner en pie, manteniendo al apóstol cabeza abajo.
Es evidente que, en ambas pinturas la luz juega un importante papel. De hecho, la luz parece hacernos ver el misterio y el significado de la misión apostólica. Una misión que surge de una llamada y culmina en el martirio. Eso es precisamente lo que nos recuerda y enseña la celebración de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo.
Ambos apóstoles son bien conscientes de que entre la llamada y el testimonio final han recibido de lo alto una ayuda extraordinaria. Su diferencia de talante y de opiniones no separó a estos apóstoles de la gran misión que les fue confiada por su Señor.
Según los Hechos de los Apóstoles (Hch 12,1-11), la comunidad oraba por Simón Pedro, encarcelado en Jerusalén durante la semana de Pascua. Al ver el hermoso fresco que Rafael dejó en las logias vaticanas sobre la liberación de Pedro por un ángel, entendemos que el Apóstol reconozca que esa oración lo ha "liberado de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos".
Al escribir una especie de memoria de su vida, Pablo confiesa a su discípulo Timoteo que es el Señor quien lo ha liberado muchas veces de la boca del león y lo seguirá librando de todo mal, salvándolo para su Reino (2Tim 4, 17-18).
Los dos apóstoles y pilares de nuestra fe han sido liberados por Dios para convertirse en agentes de la liberación que nos proporciona el Evangelio de Jesucristo.