El poder del apóstol Simón Pedro y del obispo de Roma en la iglesia

El poder del apóstol Simón Pedro y del obispo de Roma en la iglesia

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Jesús de Nazaret conquista el corazón, amor y afecto de sus discípulos por el atractivo de su persona, por el cálido y fraterno mensaje evangélico de su palabra de vida eterna y por sus hechos milagrosos. Una mirada suya dirigida a ellos le bastaba para captar su lealtad y la adhesión a su persona. Le consideraban un ser muy superior a ellos y al resto de la humanidad. En la ciudad de Cesarea de Filipo, les pregunta: "¿Qué dicen los hombres del Hijo del hombre?" Les responden: "Unos que eres Juan Bautista resucitado, otros que eres Elías, otros que eres Jeremías o uno de los otros profetas". "Vosotros, ¿qué decías que soy yo?" Simón Pedro tomando la palabra le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

Jesús de Nazaret le manifiesta: Bienaventurado eres Simón Bar-Jonas, porque no es la carne ni la sangre quien te lo ha rebelado, sino mi Padre celestial. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te dará las llaves del reino de los Cielos. Lo que atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los cielos. Después prohibió con insistencia a sus discípulos decir a nadie que él era el Mesías. (Mt. 16. 13-19).

Con dichas palabras, da a Simón el nombre de Pedro que significa piedra sobre la cual quiere edificar la Iglesia y le promete las llaves del reino de Dios o de los Cielos. De tal forma, que lo que ate o desate, es decir, lo que haga o deshaga en la tierra será hecho o desechado en los Cielos.

Los racionalistas y protestantes liberales afirman que los versículos 17 al 19 del citado capítulo 16 del evangelio de Mateo, ambos inclusive, en los que Jesús de Nazaret le promete a Simón Pedro edificar la Iglesia sobre su persona y darle los citados poderes son una interpolación hecha en el siglo II, dado que no aparecen en los evangelios de Marcos que expresa la predicación de Simón Pedro, ni en el de Lucas que narra la fe de la primitiva Iglesia cristiana. Sin embargo, los códices del siglo II y los autores más antiguos del Cristianismo contienen dichos versículos del Evangelio de Mateo y su redacción es típicamente semítica y no latina romana.

Jesús de Nazaret eligió a los hermanos pescadores, Simón Pedro y Andrés, en el lago de Galilea como los primeros discípulos o pescadores de hombres. Curó a la suegra de Simón Pedro de una enfermedad que sufría. Se alojaba en su casa de Cafarnaún que utilizaba como su centro de operaciones evangélicas en la región de Galilea. Fue uno de sus tres amigos predilectos que junto con los discípulos Juan y su hermano Santiago, el Mayor, asistieron a su transfiguración.

Las gentes judías consideraban a Simón Pedro como el jefe del grupo de los discípulos de Jesús. Los recaudadores le reclamaban los impuestos de la comunidad de discípulos. Fue el primero que reconoció a Jesús de Nazaret como el Mesías o Cristo. Ante la pregunta que hace a sus discípulos sobre si querían abandonarle, Simón Pedro, en nombre de todos le responde: "Señor, ¿a dónde vamos a ir?, si tú tienes palabras de vida eterna" (Jn. 6, 68-70).

Juan evangelista refiere (21, 1-19) que Jesús resucitado se aparece a Simón Pedro y a otros discípulos que se hallaban pescando en el lago de Galilea, y no habiendo pescado pez alguno, les dice que echen la red a la derecha pescando tantos peces que la barca se hundía. Juan, uno de los discípulos que le acompañaba, le dice a Simón Pedro, es el Señor. Entonces, Simón Pedro salta de la barca y nadando sobre las aguas del lago y los demás discípulos en barca se acercan junto a él, quien les tenía preparado un almuerzo de pan y peces, comiendo todos juntos.

Terminada la comida, Jesús de Nazaret le dice a Simón Pedro por tres veces: ¿Me amas? Le contesta: Señor, tú sabes que te amo y que te quiero. Jesús le responde: Apacienta mis corderos y apacienta mis ovejas. Con estas palabras funda la Iglesia sobre la persona de Simón Pedro y le confiere los poderes de las llaves que le había prometido sobre ella y el de atar y desatar en la tierra y en el cielo. Este texto del capítulo es exclusivo de Juan evangelista y no se halla en los demás evangelistas, por lo que muchos racionales negaron su autenticidad, pero los códices antiguos del siglo II lo contienen y los autores bíblicos lo sostienen y afirman como auténtico y veraz.

En libro de los Hechos de los Apóstoles, Simón Pedro aparece como jefe de los apóstoles, siendo quien comunica y predica la resurrección de Jesús de Nazaret a la naciente Iglesia cristiana. Su carácter abierto, espontáneo, sincero y directo le proporcionan las condiciones necesarias para ser jefe de la Iglesia entre los demás apóstoles.

Unos días después de la ascensión de Jesús a los cielos, los once apóstoles se reunieron bajo la autoridad de Simón Pedro para cubrir la plantilla de los doce que Jesús de Nazaret había instituido y que el traidor Judas Iscariote había dejado vacante al ahorcase. Simón Pedro les propuso elegir a dos personas que estuvieron con ellos en la vida de Jesús de Nazaret. Eligen a Barrabás, llamado el Justo, y a Matías. Echan suertes y recae sobre Matías, que pasa a ser el apóstol número doce. (Act. Ap. c. 1).

Desde los primeros siglos del Cristianismo, el obispo de Roma ha sostenido y sostiene que por ser sucesor del apóstol Simón Pedro en dicha sede apostólica, piedra fundamental en la Iglesia fundada por Jesús de Nazaret, tiene los poderes de las llaves en la Iglesia y los de atar y desatar en la tierra y en el cielo, es decir, los poderes de regir, enseñar y santificar a los fieles cristianos.

El apóstol Simón Pedro y Pablo de Tarso fallecen mártires en Roma en la persecución cristiana ordenada por el emperador Nerón en el año 64. En el siglo II, la Iglesia Romana es reconocida por las demás comunidades cristianas, desde el Éufrates hasta las Galias, como cabeza de todas ellas por estar bien establecida y por ser fundada por Simón Pedro, el primero de los apóstoles, y por Pablo de Tarso, heraldo de Jesús de Nazaret.

Ireneo de Lyon en el siglo II escribía: "Toda la Iglesia, esto es, la totalidad de los fieles de cada lugar, ha de estar de acurdo con la Iglesia de Roma a causa de su más alta autoridad". A finales de este siglo, el obispo de Roma, Víctor, amenazó a la Iglesia de Asía Menor con su exclusión porque celebraba la Pascua cristiana de una forma diferente.

El sínodo de Sárdica (343) reconoció explícitamente la primacía y la autoridad del obispo de Roma para aprobar o rechazar la deposición de un obispo de una sede ordenada por un sínodo por ser sucesor del apóstol Simón Pedro. El obispo de Roma era el patriarca de Occidente. Con ocasión de las disputas teológicas entre los obispos africanos Agustín de Hipona escribía en el siglo V: Roma locuta, causa finita (ha hablado Roma, la causa ha terminado). Expresión que manifiesta la primacía y autoridad que el obispo de Roma tenía en la Iglesia.

José Barros Guede

A Coruña, 2 octubre del 2013.