Por un mundo solidario: artículo de José-Román Flecha Andrés en Diario de León (15-12-2012)
Madrid - Publicado el - Actualizado
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"Nada humano lo considero ajeno a mí mismo". Es bien conocido este verso del poeta latino Terencio, que escribía sus dramas en el siglo II antes de Cristo. Ha girado muchas veces desde entonces la rueda de los tiempos, pero resulta hoy más interpelante que nunca el pensamiento de aquel comediógrafo de origen libio que llegó a Roma como esclavo.
Nuestro mundo ha convertido la solidaridad en una imprescindible categoría moral. Y, en consecuencia, en una importante bandera política. Al menos, en teoría. Porque en la práctica, los ciudadanos nos hemos hecho cada vez más individualistas, más desentendidos de las necesidades del prójimo. Y los gobernantes de los países no se distinguen por su generosidad respecto a otros pueblos de la tierra.
Hay muchas parcelas de lo humano que parecen totalmente ajenas a nuestra preocupación. Seguramente porque son ajenas a nuestros intereses. Ignoramos las guerras que se están desarrollando en este momento en varios lugares del planeta. Ignoramos las hambrunas que diezman el número de los habitantes de algunos países. Ignoramos la explotación, la violencia, la corrupción que atenazan a otros muchos.
Es cierto que ese panorama tan sombrío no define la totalidad de nuestro mundo. Sin embargo, hay que ser conscientes de que todo eso ocurre en un mundo que seguimos llamando "nuestro". Este mundo nos pertenece como a seres humanos y nos interpela profundamente como a cristianos.
En muchos lugares se multiplican en estos meses los encuentros y cursillos que pretenden rememorar el comienzo del Concilio Vaticano II. Como se sabe, se inició el 11 de octubre de 1962. Ya se han cumplido cincuenta años de aquel día en que se abría un camino que habría de ser histórico.
En este año jubilar, necesariamente se plantea la pregunta: ¿Qué dijo la iglesia al mundo en aquella ocasión? Pues bien, ante esa pregunta es obligado recordar la constitución conciliar sobre la Iglesia en el mundo de hoy, conocida por las palabras que la encabezan: "Gaudium et spes". Con ellas se evocan las citadas palabras del poeta Terencio, para afirmar que el gozo y las esperanzas del hombre de hoy son también los gozos y esperanzas de los cristianos.
En este año sería oportuno volver a leer la constitución "Gaudium et Spes", votada en el aula conciliar el 7 de diciembre de 1965. En ella se reflejan las grandes preguntas del hombre, sobre sí mismo y sobre el mundo en el que vive – en el que vivimos- y la colaboración entre los pueblos.
Es cierto que las grandes potencias parecían haber puesto fin a los duros años de la guerra fría. Pero muchos de los problemas allí mencionados no sólo no han encontrado solución, sino que se han ido agravando con el tiempo. Es terrible la guerra y es terrible el hambre. Pero es también terrible la indiferencia con la que escuchamos sus ecos. Volver a leer aquel documento conciliar puede ayudarnos a soñar y diseñar un mundo más justo y solidario.
José-Román Flecha Andrés