La resurrección de los muertos es la gran esperanza cristiana
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La Iglesia Católica conmemora la fiesta de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos en los próximos días uno y dos de noviembre siguiendo una costumbre religiosa introducida por la célebre abadía benedictina francesa de Cluny, que tantas glorias dio a la Cristiandad. En estos días, los fieles cristianos recordamos, de una forma especial, a los santos cómo modelos de vida cristiana, y visitamos nuestros cementerios, depositando flores sobre los sepulcros y nichos de nuestros difuntos y orando por ellos para que lo antes posible alcancen la vida eterna feliz y dichosa viendo y disfrutando de la esencia y presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Si contemplamos nuestra vida temporal, vemos que se inicia cuando nacemos y termina cuando morimos, pasando fugazmente pendiente de un hilo que en cualquier momento puede romperse por una muerte súbita. Nuestra vida en este mundo es como un soplo o un instante siendo la muerte el paso del tiempo a la eternidad en la que descansamos y reposamos.
En este sentido, Jorge Manrique escribe bellamente: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos, así que cuando morimos descansamos". Miguel de Unamuno dice: "Por debajo del mundo visible y ruidoso en que nos agitamos, hay otro mundo invisible y silencioso del que no hablamos y en el que reposamos". Ahora bien, los cristianos creemos que en ese mundo invisible y silencioso en el que nuestros difuntos descansan y reposan esperando la resurrección de los muertos y la vida eterna, sus vidas no terminan, sino que se transforma según afirmamos en el prefacio de difuntos.
Jesús de Nazaret nos enseña: "Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así, el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna. Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Saldrán los que han hecho el bien para una resurrección de vida y los que han hecho el mal para una resurrección de juicio" (Jn.5, 21-28). Con ocasión de la muerte de Lázaro, le dice a sus hermanas, Marta y María de Betania, que lloraban desconsoladas: "Yo soy la resurrección y la vida, aquel que crea en mí, aunque haya muerto vivirá" (Jn. 11, 25).
Pablo de Tarso nos predica: "No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los demás sin esperanza, pues si creemos que Jesús murió, así también Dios tomará consigo a los que murieron en él. Pues el Señor, a una orden del cielo, a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero, y después nosotros los que aun vivan seremos arrebatados en las nubes al encuentro con Dios en los aires, y allí estaremos siempre con el Señor" (Tsln.4, 13-18).
Job exclama: "Yo sé que vive mi Redentor, y que yo he de resucitar de la tierra el último día, y de nuevo he ser revestido de esta piel mía y en mi carne veré a mi Dios" (Job, 19, 23-27). San Agustín de Hipona escribe: "Señor, nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti".
A la pregunta ¿dónde, cuándo y cómo tendrá lugar la resurrección de los muertos a la vida eterna? Los cristianos creemos que resucitarán donde fueron enterrados, al final de los tiempos, y con unos cuerpos nuevos semejantes a los que tuvimos en esta vida temporal, pero inmortales, incorruptibles, gloriosos, ágiles y sutiles cómo el de Jesús de Nazaret resucitado. Dios Padre que los creó, del mismo modo puede recomponerlos también. ¡Esta es la gran esperanza cristiana!
José Barros Guede.
A Coruña, a 30 de octubre de 2013