Señor del sábado

Señor del sábado

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Sí Señor, del sábado. Jesús, el Hijo de Dios vivo, no el botellón, la charanga y la juerga, sino Él. En el Evangelio de hoy la Iglesia nos presenta a Cristo caminando con sus discípulos por un sembrado, del que algunos cogen espigas y se las comen. Aparecen en escena los religiosos, los fariseos, y le plantean una pregunta: ¿ por qué hacen tus discípulos lo que no está permitido? Interesante pregunta.

Coincide este evangelio con la profecía de Amós que la Iglesia nos propone en el Leccionario Bienal. Con Jeroboam II (783-743) los israelitas viven bien: abundancia y esplendor en la tierra, elegancia en las ciudades y lujo en los palacios. Los ricos tienen sus residencias de invierno y de verano adornadas con costosos marfiles y suntuosos sofás con almohadones de damasco, sobre los que se reclinan en sus magníficos banquetes (3,13-15). Han plantado viñas y se ungen con preciados aceites; las mujeres se dan al vino (4,1-3)? pero no se duelen del desastre de José: a los pobres se les explota y hasta se les vende como esclavos, los jueces están corrompidos? En este momento, arrancado por Dios de su vida tranquila en el campo, Amós, cuidador de higos de sicómoro, es enviado desde Jerusalén, morada del Señor, al reino del Norte a denunciar el pecado de Israel y anunciar su inminente catástrofe. Ante una aparente bonanza, un nuevo orden se está gestando de parte de Dios.

Las espigas arrancadas en sábado anuncian la Eucaristía, el Domingo superador del Sabbat, ya anunciado en la escena en la que David come de los panes de la presencia ante su hambre y la de sus hombres: Cristo, Hijo de David y Sacerdote Eterno, va a sustituir con la entrega de su cuerpo y de su sangre el descanso que los hombre buscan en el Sabbat, y los jóvenes de hoy en el botellón y la noche. Sobre el Israel de Joeroboam II se cierne la deportación, porque vivir así no es vivir en Dios. Sobre los jóvenes y no tanto de hoy Dios ha provisto un Cordero. Su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Él y sólo Él nos introduce en el descanso que buscamos, anhelamos y deseamos. Sin quitar la Cruz, lecho de amor donde nos ha desposado el Señor. Sin cambiar la historia, la adversidad, el sufrimiento, hasta que llegue el Día de Yavé, cuando la representación de este mundo se termine.

También es el fin de la religiosidad mal entendida, en la cual buscamos tantas veces pero de otro modo lo mismo que el mundo: que la vida nos sea favorable, que Dios nos sea propicio y aparte de nosotros el sufrimiento, la enfermedad, la muerte?verdaderamente no sabemos lo que pedimos: estar a la derecha de Dios sin pasar por la Cruz, negando así la obra de la salvación llevada a cabo por Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Ese caminar aparentemente ocioso de Jesús con sus discípulos expresa la llegada del Reino de dios, sin alharacas, sin voceríos?un descanso a la medida del hombre, un descanso real, factible, al alcance de la mano: basta con estirarla y coger las espigas que aparentemente no deben cogerse. Es ahí donde está el reposo, donde no parece estar, donde nuestra mentalidad religiosa no nos permite llegar.

Aceptemos la deportación, el exilio, la infelicidad, nos la hemos ganado, y vayamos a Galilea porque allí le veremos. Va a donde nadie quiere ir, a donde los religiosos creemos que no hay nada que hacer, pero donde está esa miés grande, verdaderamente grande. Es allí a donde nos han llevado nuestras injusticias, nuestros legalismos y el ritualismo en el que hemos convertido al cristianismo, rebajándolo a la categoría de una religión más. La juventud no está corrompida si no necesitada de que se le ofrezcan esas espigas, de encontrar ese campo en el que la Palabra de Dios eterna, inmortal, resuena: el Hijo del Hombre es Señor de Sábado. En Él, todo hijo de hombre es también señor del sábado, porque no está hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Los señores somos nosotros, no el sábado.

Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC