Sentencia impregnada de "ideología de género" (sobre la constitucional del "matrimonio" homosexual)

Sentencia impregnada de "ideología de género" (sobre la constitucional del "matrimonio" homosexual)

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Por Roberto Esteban Duque, doctor en Teología Moral

Depositarios de adecuar las leyes a su constitucionalidad, el Tribunal Constitucional, como escribas y fariseos que utilizan la Palabra de Dios reclamando honores y privilegios, pervierte su propia naturaleza al abatir aquello que debiera proteger y, en lugar de expulsar del ordenamiento jurídico la ley del matrimonio homosexual, la bendice desde la más procaz ideología y politización.

Con actuaciones semejantes, lejos de cubrirse de gloria, los magistrados se prostituyen al quebrantar la finalidad del Constitucional y despreciar la verdad del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer.

Decía Platón, en su Cratilo, que "la labor del legislador consiste en dar nombres". Platón entendía que nombrar y hacer leyes son métodos afines y necesarios para poner orden. ¿Por qué entonces, si las leyes requieren el uso de un vocabulario establecido en orden a operar definiciones, el legislador y los magistrados se muestran tan dispuestos a cambiar irresponsablemente los nombres?

La educación consiste en aprender a nombrar correctamente. La corrupción del hombre conduce a la del lenguaje. Por eso resulta preciso restaurar la palabra, cuando sólo se aspira a despojarla de significado, cuando se busca aislar el lenguaje del mundo, cuando los hombres están más divididos que nunca y las palabras sólo sirven para polarizarlos en posturas enfrentadas.

Ni los ideólogos ni los legisladores parecen estar a la altura de las circunstancias, empeorándolas con propuestas que conducen a la incomunicación entre generaciones, como si no hubiera ya un vocabulario estable de humanidad que sea aceptado por todos, ni el padre pudiese comunicar a sus hijos ninguna experiencia porque hablan lenguas diferentes.

El principal delito del hombre moderno, su verdadera herejía, consiste en negar la legitimidad del orden natural, declarar ilegítimas sus leyes de modo que la medida de nuestro progreso ha de venir dada por la del éxito que, modificándolas, podamos obtener. Cambiar su rostro en un desafiante desprecio es el mayor esfuerzo exigido, para después hacer de cualquier acto una prueba de su virtud. La derecha y la izquierda política celebran -con algún verso suelto- con semejante alborozo la sentencia del Tribunal Constitucional.

El pasado jueves, la Conferencia Episcopal Española emitió una Nota con motivo del fallo del Tribunal Constitucional, en la que resuelve que la actual legislación del matrimonio es conforme a la Constitución. En dicha nota, los obispos dirán que se ha "redefinido" en la legislación vigente la figura jurídica del matrimonio, excluyendo toda referencia a varón y mujer, para perder el derecho de ser reconocidos como esposo y esposa. Asimismo, los obispos se lamentan de que" las leyes vigentes en España no reconocen ni protegen el matrimonio". Finalmente, aseveran que la legislación es "gravemente injusta", puesto que no reconoce ni protege la realidad del matrimonio, apelando a su modificación con el fin de que sean contemplados los derechos que hoy son negados: el de los contrayentes a ser reconocidos como esposo y esposa, el de los niños y los jóvenes a ser educados como esposos y esposas del futuro, así como a disfrutar de un padre y de una madre, en un amor fiel, estable y fecundo.

¿No está impregnado el fallo del Constitucional de una notable "ideología de género", que Ratzinger calificó como "la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura"? Alterar la naturaleza humana ya era un sueño de Rousseau: "quien se atreva con la empresa de instituir a un pueblo, debe sentirse capaz de cambiar la naturaleza humana". En el fondo, todo va encaminado en una única dirección: modificar la naturaleza humana. El hombre debe ser reconstruido, reformulado. Eliminada la naturaleza, el hombre sólo tiene que seguir el impulso de sus deseos, haciendo aquella moldeable por el poder político.

Sin duda, el gran objetivo de la ideología de género es el fin de la familia, destruida desde la misma legislación, que es finalmente quien decide qué es el matrimonio y la familia, redefiniendo el matrimonio, fundado en el sólo afecto y la satisfacción personal, en el deseo como la categoría que lleva a la unión o la rápida separación.

No sólo se redefine el matrimonio, sino la misma paternidad y maternidad, como nuevos roles sociales, minando la misma autoridad paterna con el fin de practicar un dirigismo moral sobre los niños y configurar sus conciencias y su visión del mundo.

La ideología de género pretende instaurar una cultura sin sexos, sin identidad sexual (varón o mujer). El éxito de esta ideología reside en la construcción a la carta de la identidad humana. El hombre es producto de la evolución. Cada uno puede elegir su propia identidad de género y su propia orientación sexual.

Esta impiedad contra la naturaleza, incapaz de respetar la maternidad como "atributo emblemático", como sostuviera Walt Whitman; este "androginismo cultural" amenazante de la pérdida de la identidad de la persona; este progresismo empeñado en sembrar la confusión desde la implantación de la "ideología de género", surge de la rebeldía y del orgullo, de la vía dolorosa de no aceptar la condición humana ni respetar la naturaleza en nuestro fatuo deseo de poseerla.

Los magistrados del Tribunal Constitucional se empeñan en destruir la naturaleza en un proceso de redefinición donde se niega la sustancia y legitimidad de la Creación; pretenden hacer desaparecer cualquier herencia porque son otros los escenarios del hombre y distintas sus necesidades, cambiante y nuevo el rostro de la sociedad. La obligación a reconocer la familia fundada en el matrimonio monogámico y estable entre un hombre y una mujer en virtud de su inestimable aportación al bien de la comunidad, lejos de ser algo exigible y reconocido por el Estado, se ha convertido en oprobio y befa, en una realidad sujeta al albur de las imposturas, la soberbia y el endiosamiento de magistrados y legisladores, de escribas y fariseos.

Roberto Esteban Duque

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