Un viaje a Tierra Santa ? Capítulo Noveno

Un viaje a Tierra Santa – Capítulo Noveno

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Un viaje a Tierra Santa – Capítulo Noveno

Vistamos en Jerusalén el templo de san Pedro de Gallicantu, construido en el año 1931, sobre el lugar donde se hallaba la casa del sumo sacerdote judío Caifás que condenó injustamente a muerte a Jesús de Nazaret y donde el discípulo Pedro le negó tres veces antes del que el gallo cantara. Desde allí, fuimos ver el lugar donde se hallaba la Torre Antonia construida por Herodes. En ella, Poncio Pilato dictó la injusta y cobarde sentencia de que muriera crucificado, a petición de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, del Sanedrín y del pueblo judío manipulado por dichas autoridades judías.

Los procuradores romanos habitaban habitualmente en la ciudad de Cesarea, pero cuando venían a Jerusalén, como era costumbre en la Pascua judía, residían en la Torre Antonia, construida en forma de cuadrilátero con cuatro torres. En la torre oeste, se hallaba el Litróstatos, patio enlosado, donde Jesús de Nazaret fue coronado de espinas, escupido y flagelado por los soldados. La Torre Antonia fue destruida por el emperador Tito en el año setenta después de Cristo. Actualmente, el convento de las religiosas de Sión ocupa la torre oeste de la Torre Antonia

Recorrimos con dolor y sentimiento la Vía Dolorosa que Jesús de Nazaret hizo cargado con la cruz, que va desde la Torre Antonia hasta el monte Gólgota, lugar donde fue crucificado, recordando las estaciones de su Vía Crucis. En la primera estación, le contemplamos atado a un pilar, flagelado, coronado de espinas, azotado con unas cuerdas con bolas de metal por los soldados romanos en el Litróstatos. Castigo cruelísimo e inhumano.

En la segunda estación, le recodamos con la cruz acuestas en el lugar del Arco Romano, llamado del Ecce Homo, de la Vía Dolorosa, por ser el lugar donde Poncio Pilato acepta su condena a muerte de cruz, pedida por sumos sacerdotes, Anás y Caifás, por el Sanedrín y por el pueblo judía manipulado por ellos. En la tercera estación, le contemplamos caído por el peso de la cruz en el lugar frente al Hospicio armenio.

En la cuarta estación, recodamos recordamos su encuentro con su madre María en lugar donde, hoy día, se halla la iglesia de Nuestra Señora del Espasmo. Un poco más adelante torciendo a la derecha, en la quinta estación, contemplamos a Simón de Cirene que le ayuda a llevar la cruz. Otro poco más adelante, en la sexta estación, recordamos a Verónica que le limpia su rostro. En la sétima estación, caído con la cruz por segunda vez donde está, hoy día, la Puerta Judiciaria. Un poco más adelante, en la octava estación, cuando encuentra a las mujeres que lloran por él.

En la novena estación, le contemplamos caído por tercera vez con el peso de la cruz en lugar donde, hoy día, hay un monasterio copto. En la décima estación, despojado de sus vestiduras. En la undécima estación, clavado en la cruz. En la duodécima estación, muerto en la cruz. En la decimotercera estación, su cuerpo es descendido de la cruz. En la décimo cuarta estación, enterrado en el santo sepulcro. Dichas cuatro últimas estaciones acaecidas en monte Gólgota, las contemplamos en el templo-basílica del Santo Sepulcro que actualmente ocupa parte de dicho monte que se tiempo se hallaba fuera de los muros de la ciudad vieja, y, hoy día, se halla dentro de ella.

Según san Marcos Jesús de Nazaret fue crucificado a la hora tercia, es decir, a las doce de la mañana del quince de nisán o mes de abril del año 33 bajo la causa inscrita, Jesús, Res Judeorum. Los soldados romanos lo crucificaron extendiendo su cuerpo en la tierra. Le clavan los dos pies con dos clavos y con otros dos clavos los fondos de los antebrazos que se unen a las manos. A continuación, levantaron su cuerpo sobre el palo vertical, llamado patíbulo, apoyado y sujetado en un fuerte agujero hecho en el suelo, quedando sus pies a la altura de un metro, como se deduce del hecho de que los soldados le dieron de beber por la vara de un hisopo.

La crucifixión era según Cicerón: El castigo más cruel e ignominioso que existía entonces. Los romanos lo aplicaban a los esclavos y a personas libres, no ciudadanos romanos, por delitos de homicidio, robo, traición y sedición. Lo había tomado de los persas. El pueblo judío no conocía este castigo. Sin embargo, los sumos sacerdotes, Anás y Caifás y el Sanedrín y el pueblo judío de Jerusalén manipulado por ellos lo pidieron para Jesús de Nazaret.

José Barros Guede

A Coruña, 13 de julio del 2015

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