Me niego a ser negativa

Me niego a ser negativa

Auxi Rueda

Publicado el - Actualizado

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Al hilo del post que escribí la semana pasada, un compañero y amigo me comentaba que le había hecho plantearse en qué medida él mismo colaboraba en ese entorno cargado de negatividad. "Y me pregunto, por ejemplo, qué fomento en mis interacciones de Twitter. Quizás instintivamente, y sin pensarlo, casi como algo reflejo, abundamos en lo que no nos gusta, en esa noticia que censuramos, etc".

Tiene razón. Porque esas correcciones nada fraternas, unidas a un clima social bastante negativo, hace que las redes sociales estén adquiriendo un tono gris, cuasi negruzco. Un tono que empaña los 280 caracteres de cualquiera, y arrastra como si de una implacable corriente marina se tratara. Vertedero de emociones, diván de frustraciones. Hasta Melendi y Alejandro Sanz cantan la realidad de Twitter como medio de desahogo. Desahogo de lo malo, y olvido de lo bueno. A veces, cinco minutos conectado bastan para deprimirte, para cabrearte, para indignarte. A veces, cinco minutos bastan para querer cerrar fuerte la tapa del portátil y entretenerte con algo menos crispante.

Muchas veces hablamos de que las redes son reflejo de la sociedad, que se muestra tal cual es, sin cortapisa alguna. Me niego a pensar que estemos tan podridos como posteamos. Sí, es cierto: la vida es inmensamente complicada. Pero también tiene muchísimas bondades, que hacen de cada momento algo único y especial. Saber ver estos detalles es lo que no nos empuja directamente a asaltar en masa las boticas en busca de Prozac.

Siendo consciente de que bastantes cosas malas tiene ya de por sí la vida de cada uno, no me gusta regodearme en mi miseria personal. Prefiero compartir lo que me hace feliz, aunque sean pequeños chispazos de felicidad. Y me encantaría que estas redes, que nos conectan a unos con otros, fueran un espacio de armonía. Que construyan y no destruyan. Un lugar donde reencontrarme con la esperanza, con las posibilidades, con algo que me impulse y no me frene. Me encanta publicar en positivo, mostrar la belleza que me rodea: desde el cielo azul de mi Ávila querida, hasta la tranquila armonía de un caracol agarrado a un tallo.

Por ello, me irrita soberanamente cuando se alzan voces contra ese positivismo. Como si Twitter o Facebook hubieran desterrado la bondad, y sólo pudiera tener cabida la denuncia de lo malo, las quejas, las protestas. Gente que está pendiente de cada detalle que escribes para buscarle las vueltas y llevarlo a su terreno. Y te llaman utópica, se ríen de tus publicaciones con bastante poca gracia, o cosas peores. Sólo porque no sigues esa corriente negra que lo impregna todo. Quizá tenga complejo de salmón, pero pienso continuar por ese camino contrario.

Sí, es cierto que los periodistas tenemos que alzar la voz contra las injusticias, visibilizar determinadas situaciones para que se corrijan. Un deber tácito que, por otro lado, no implica que el 95 % del contenido que publique en redes tenga ese tufillo pestilente, ese regusto amargo. No y mil veces no: lo malo, sólo lo malo, no nos hace avanzar, por mucho que haya quien se empeñe.

El hecho de que haya tomado la decisión de compartir contenido eminentemente positivo no implica que esté ciega, que no sepa ver la realidad que me rodea. Soy plenamente consciente de ella, consciente de las carencias de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, de nuestro país. Y lo que me parezca rematadamente mal, seguiré denunciándolo como hasta ahora. Pero, junto a ello, prefiero otro tono en general. Simplemente intento dar ese punto amable, que si se sumara a otros muchos más, conseguiría revertir la tendencia. Y ver la vida con optimismo, con ganas, teniendo esperanza en la bondad del ser humano.

Sueño con ese momento. Con el día en que me conecte y no me entren ganas de desconectarme a los dos minutos. Que no me frustre porque haya quien viva para frustrar a los demás. Que se respete por encima de todo. Y que no pisoteen mis ganas de felicidad, que de eso ya se encarga solita la vida cuando se le antoja.