Mis soledades, poema de Francisco Vaquerizo
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Mis soledades, poema de Francisco Vaquerizo
Leyendo estos días que "el secreto de la vejez está en hacer un pacto honrado con la soledad", se me ocurre enviaros este romance. Lo escribí hace treinta años y ahora me doy cuenta de que, a lo peor, no andaba yo muy equivocado. O puede que sí. Cualquiera sabe, digo yo? Saludos cordiales. Francisco.
MIS SOLEDADES
Mis soledades son muchas,
no sabría decir cuántas;
unas las llevo en el cuerpo
y otras las llevo en el alma.
Soledad de la inocencia
en el umbral de la infancia,
cuando la ilusión tenía
abiertas siempre las alas
y el mundo era tal y como
uno se lo imaginaba.
Soledad camino adentro
de la adolescencia mágica,
con un río de silencios
recorriendo tus entrañas
y niñas en los balcones
bebiéndose la mañana
entre risas de limón
y suspiros de naranja.
Soledad de aquel muchacho
vestido de sauce y grana,
luchando a brazo partido
con un tropel de fantasmas
que meten su libertad
en camisas de once varas
y dejan sus quince abriles
a merced de la escolástica.
Soledad de los domingos
con pantalones de pana,
leyendo rimas de Bécquer
en los bancos de la plaza
para acabar esperando
que termine la semana
y todo vuelva otra vez
a quedarse como estaba.
Soledad de los veinte años
vacilando por las aulas
de aquella Universidad
que todo lo controlaba:
las creencias religiosas
y las creencias profanas,
porque éramos la reserva
intelectual de la Patria
y, las banderas al viento
y las montañas nevadas,
por el Imperio hacia Dios,
prietas las filas marchaban.
Soledad de aquel amor
que, por una u otra causa,
no pudo dejar su orilla
para subirse a mi barca
y se me murió de solo
en las riberas del alma.
Soledad de los de arriba
con la autoridad en guardia
para clavarte en el pecho
los dardos de su arrogancia
si no pones tus aplausos
a los pies de sus estatuas.
Soledad de los caminos
en que nadie te esperaba;
soledad de las heridas
que nunca cicatrizaban;
soledad de las tabernas
donde la dicha se engaña
con fugaces compañías
que en absoluto acompañan
porque hacen la soledad,
si cabe, más solitaria.
Soledad de las iglesias
con mujeres enlutadas
que añaden su soledad
a la que tú ya llevabas,
mientras rueda en los tejados
el eco de las campanas
y lloran las sacristías,
a los compases del alba,
una soledad oscura
de bonetes y sotanas.
Soledad de las tristezas
que te asfixian la esperanza,
al tiempo que las ortigas
van creciendo entre tus lágrimas
y el corazón se te pone
perdido de telarañas.
Soledad de los amigos
que el mejor día se marchan;
soledad del tiempo viejo
que se te sube a las canas;
soledad de las ciudades
– Nueva York, Roma, Las Palmas?-
con mercaderes que todo
lo compran, venden o cambian.
Soledad de los veranos
en la arena de las playas,
con el esqueleto al aire,
como una gaviota pálida
buscando sus equilibrios
en los espejos del agua
y rumiando en los ardientes
paisajes de la nostalgia,
una pradera de sueños
perdidos en lontananza.
Soledades de color:
rojas, amarillas, blancas..
¡Unas que llevo en el cuerpo
y otras que llevo en el alma!.
fin