Seis mujeres extraordinarias que han marcado mi vida

María Micaela, Juana de Lestonnac, Rafaela María, Madre Encarnación, Teresa de Jesús y María Emilia Riquelme… un regalo para la Iglesia

Seis mujeres extraordinarias que han marcado mi vida

Nico Montero

Publicado el - Actualizado

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En los últimos años he tenido la fortuna de recibir el encargo de escribir 8 obras de Teatro Musical sobres fundadores y fundadoras de gran calado. Siempre es una aventura adentrarse en un carisma que no conoces, y llevarte la emocionante sorpresa de descubrir la riqueza de una vida, valiente, generosa y solidaria, que ha sabido interpretar los signos de los tiempos y leer la voluntad del Espíritu Santo en el contexto vital en el que le ha tocado vivir.

Siempre es más lo que recibo que lo que aporto, y de tanto leer, estudiar, meditar y rezar con la vida de referentes tan especiales, termino inmerso y atrapado por carismas maravillosos y personalidades tan llenas de verdad y de vocación asumida y rezada, que acaban siendo presencias importantes en mi vida. Eso me pasa con estas seis mujeres tan significativas que son un regalo para la Iglesia, “amigas fuertes de Dios”.

MARIA EMILIA RIQUELME, “La Eucaristía es el paraíso de la tierra”

María Emilia Riquelme y Zayas nace el día 5 de agosto de 1847 en Granada (España). Hija de don Joaquín Riquelme y Gómez, Capitán General del Ejército español y de doña Emilia Zayas Fernández de Córdoba y de la Vega, descendiente del Gran Capitán. A los 7 años María Emilia quedó huérfana de madre. Su orfandad se ilumina con una inefable experiencia en su alma: Siente la presencia de la Virgen María con Jesús en los brazos. María Emilia hizo promesa de fidelidad a Jesús y a María, que fue ratificada en su adolescencia con una nueva presencia de María Inmaculada. María Emilia siente desde su infancia el deseo de entregarse totalmente a Dios. Su centro y fuerza es Jesús en el Santísimo Sacramento, de tal manera que solicita y el Obispado le concede tener, en su oratorio privado, al Santísimo Sacramento. Dirá: «La Eucaristía es el paraíso de la tierra. La adoración mi hora de cielo, mi recreo y descanso espiritual».

Expone a su padre el deseo de ser religiosa y éste no quiere quedarse sin su única hija. María Emilia ofrece a Dios y espera con paz se haga su voluntad divina. Cuida con filial amor a su padre hasta que fallece cristianamente en Sevilla. Esta nueva pérdida, agiganta en ella la fe en Dios. Hereda los bienes paternos. ¿Qué hace? Obras de caridad y apostolado. Y sigue buscando lo que Dios quiere de su vida. «Acepta la Cruz que Dios te envía, no busques otra, esa es de oro para ti», escribía y, a los pocos años de la fundación le sobrevienen toda clase de pruebas, muertes inesperadas de religiosas muy queridas y difamaciones que pretenden hundir la obra de Dios. María Emilia vence heroicamente con el arma de la oración. Ella misma nos dice: «Pude seguir el impulso divino que me apremiaba, perdiendo mi pobre nada en Dios, que fue siempre mi todo».  María Emilia, movida por el Espíritu Santo, se siente llamada a fundar la Congregación de Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, que adore al Señor día y noche y trabaje en el campo de la educación y en misiones.

 MADRE ENCARNACIÓN, “Servir es Reinar”

Nace en Puebla de Guzmán (Huelva) en 1840. Ingresa en la Compañía de María en 1855, donde sostendría grandes luchas internas en su afán por consagrarse al servicio de los más necesitados. En 1876, fuera de la Compañía, se entrega a la docencia de adultas y niñas sin escolarizar, e idea constituir una Congregación Religiosa que se dedique a ese apostolado. El 1878 toma el hábito franciscano en la iglesia de Capuchinos de Cádiz con tres hermanas más. El Padre Medina en su oración, meditaba constantemente la necesidad de fundar un instituto religioso que se consagrase por completo a la educación sólida y religiosa de tantas criaturas necesitadas cobijándolas y amparándolas en su orfandad. D. Francisco de Asís Medina ha encontrado en María de la Encarnación la gran colaboradora que buscaba para llevar a cabo esta gran misión por su gran celo para acoger y ayudar a niñas necesitadas. Casi sola durante diez años gestionó un internado de niñas abandonadas, incluida la búsqueda del sustento material para ellas. En 1891 se consolida su obra con la aprobación de las Constituciones, por el obispo de Cádiz  D. Vicente Calvo y Valero.

 En 1892 comienza las fundaciones. Su entrega incondicional a la voluntad de Dios la lleva por un camino de humildad y pobreza, en el que manifiesta su caridad a todos los necesitados, pero especialmente a las niñas, huérfanas y abandonadas. En 1915 queda totalmente ciega y su salud muy quebrantada. Muere el 24 de noviembre de 1917 con gran paz, dejando en su obra el testimonio de su abnegado servicio. Madre Encarnación, que entendió claramente su momento histórico, vivió su fe y la hondura de su amor dando respuestas a las necesidades de su tiempo, compartiendo las alegrías, dolores y esperanzas de su pueblo. El sufrimiento del pobre –concretamente el de las niñas gaditanas abandonadas- fue el lugar donde resonó para ella la voz de Dios.  Empujada por el Espíritu, enriqueció a la Iglesia con su estilo franciscano de simplicidad y alegría evangélica. Así retorno al Creador todo lo que había recibido, considerándose instrumento de su amor en el servicio a los hermanos.  Consiguió cambiar el dolor y la desesperación de muchos necesitados en un camino de vida y esperanza. Madre encarnación se dedico con todas sus fuerzas a la misión de la Iglesia a favor de las pobres. Su deseo fue construir una pequeña fraternidad de hermanas, que dieran testimonio de amor; una pequeña Iglesia que sintiera el latir de la Iglesia universal.

 RAFAELA MARÍA, “Desde el corazón”.

Rafaela María Porras Ayllón nace el día 1 de marzo de 1850 en un pequeño pueblo de Córdoba (España), en el seno de una familia acomodada de aquella época. Crece en un hogar donde -como en tantos otros- la fiesta, el bullicio, la alegría, las sonrisas conviven con la entereza, la serenidad, el dolor, la aceptación de las situaciones difíciles; allí el trabajo, el esfuerzo, la exigencia se entrelaza con el descanso, el sosiego y la ternura… Cuando muere su madre, ella y su hermana Dolores deciden que el mundo ya no va a girar alrededor de ellas… Ese mundo de pobreza -que las rodea y las necesita- entra de lleno en sus vidas. Corre el año 1874 cuando comienzan su andadura en la vida religiosa llegando a fundar la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón. Rafaela María se sabe miembro de una familia muy grande, la de todos los hijos de Dios y, durante toda su vida, nada de lo de sus hermanos los hombres le va a parecer ajeno, busca con todas sus fuerzas que todos “lo conozcan y lo amen”.

Muere en Roma en 6 de enero de 1925. Después de recorrer muchos caminos nos deja momentos lleno de chispas, de color, de viveza… otros donde hay dolor, sufrimiento; aparece una monotonía de 30 años que hay que contemplar…Se dejó “atrapar” por el amor de Dios y no pudo hacer otra cosa que responder con todo su amor en cada momento. “Soy toda de Dios. Yo sé por experiencia cuánto me ama y mira por mí.” “Viéndome pequeña estoy en mi centro porque veo todo lo hace Dios en mí y en mis cosas, que es lo que yo quiero”. Creyó que la comunión es el verdadero camino hacia el Reino y se hizo, como Jesús, pan y vino hasta dar la vida. “Mi Señor Jesucristo es quien vive en mí, y así todo mi ser y obrar debe respirar la vida de Cristo que vive en mí… debo trabajar por atraer a todos a que conozcan a Cristo y le sirvan”. Rafaela María mantuvo su mirada en el corazón de Jesús, y Él la hizo mansa y humilde.

MARÍA MICAELA, “Por una sola”

Santa Mª Micaela Desmaisières y López de Dicastillo, nació en Madrid el 1 de enero de 1809, y fue bautizada en la parroquia de San José el día 4 del mismo mes. De familia noble, recibió cuidada y piadosa educación. Desde muy joven destaca en ella un fuerte amor a la Eucaristía y una generosa entrega para ayudar a los más necesitados. Fruto de esta actitud de apertura hacia las necesidades de los más desfavorecidos fueron las visitas al hospital de San Juan de Dios. Allí conoció las salas de enfermedades venéreas y descubrió los hondos problemas de explotación, soledad y desamparo en que se encontraban tantas jóvenes y mujeres a las que la vida había maltratado. De aquí surgió su primera inspiración de abrir una casa para acoger a las jóvenes a su salida del hospital y ayudarlas a rehacer su vida. El 21 de abril de 1845 consiguió instalar su primera casa, llevada en sus comienzos con la ayuda de una Junta de Señoras. La Obra hubiera fracasado desde este planteamiento, pero el Señor seguía marcándole el camino con insistencia y suavidad.

 En Pentecostés de 1847 recibió una gracia mística que marcó en ella una nueva etapa. A partir de entones Cristo en la Eucaristía es el maestro de su vida espiritual y apostólica. Progresivamente se entrega a llevar ella misma la Obra. Desde 1850 asume totalmente su dirección y se queda a vivir con las jóvenes. Busca la colaboración de maestras para que la ayuden a instruir y educar a «sus chicas» y toma el nombre de Madre Sacramento. Su forma de vivir, impacta a algunas de sus maestras y a otras jóvenes de su entorno social que ven su entrega y generosidad. En 1856 se reúne el primer grupo, que con la aprobación eclesiástica, empezará a vivir con su Fundadora un nuevo carisma.  Su vida eucarística tiene una dimensión contemplativa: la adoración, que proyecta en su apostolado de liberación de las mujeres con graves problemas de marginación social, por prostitución, y otras formas de exclusión social, etc.

 Sabe adorar a Jesús presente en la Eucaristía, pero también le sabe descubrir presente en las jóvenes a quienes ha sido enviada. ¡Es el único y mismo Señor en dos modos de presencia! Así surge la Congregación de Adoratrices, Esclavas del Smo. Sacramento y de la Caridad, para dar respuesta en la Iglesia a la misión de Adoración-Liberación. Un acto heroico de caridad: acudir junto a sus religiosas y chicas afectadas del cólera en Valencia, segó prematuramente su vida el 24 de agosto de 1865.

 JUANA DE LESTONNAC, “Tiende tu mano”

Juana nace en Burdeos EN 1156. Primogénita de una familia altamente significativa  en  la  ciudad.  Su  padre,  Ricardo  de  Lestonnac  es Consejero  del  Parlamento.  Su  madre,  Juana  Eyquem,  hermana  del humanista  Miguel  de  Montaigne,  autor  de    Los  Ensayos. La  rica cultura renacentista marca con fuerza su educación. Crece la Fe adolescente de Juana. Una Fe probada, protegida, reafirmada. El Espíritu le alienta interiormente: "NO DEJES APAGAR LA LLAMA QUE YO HE ENCENDIDO EN TU CORAZON..." Esposa y madre, a  los  17  años  compromete  su  vida  con  la  de  Gastón  de  Montferrant.  Siete  hijos plenifican su amor compartido gozosamente durante 24 años. Siguen meses de dolor  y ruptura: mueren su esposo y su hijo mayor; su padre y su tío. Juana sola y en soledad, educa y orienta a sus hijos. Es otra mujer "fuerte" de la Biblia.

 Sus  hijos  ya  no  la  necesitan.  Al  fin  entra  en  las  Fuldenses-Cister  de  Toulouse.  Tiene  46  años.  Se  llamará  Juana  de  San  Bernardo.  Goza  con  su nueva  vida.  Largas  horas  de  oración.  Fuertes  penitencias.  Silencio  y  abnegación.  Paz infinita. Seis meses de duro aprendizaje. Sus ansias de entrega a Dios se afianzan, pero su cuerpo se debilita. Debe renunciar. Buscar otros caminos... Suplica  al  Espíritu  que  la  luz  brille  en  sus  tinieblas. 

De  pronto  una  doble  visión:  Una multitud  de  jóvenes  en  peligro  y  María  que  alienta su  respuesta.  Juana  de  Lestonnac comprende:  su  entrega  radical  al  Señor  será  tender la  mano  a  aquella  juventud amenazada  y  vivir  las  actitudes  de  María.  Intuye  que  lo  realizará  con  otras/os  también llamados  Y  un  doble  compromiso  por  parte  de  Juana: Tender  la  mano  a  aquella juventud amenazada y vivir con las actitudes de MARIA. Al regresar del Cister, Juana se retira a sus tierras de la Mothe. Vive un largo tiempo de discernimiento. Perfila el nuevo Instituto que tratará de llenar una carencia concreta de  Francia  del  siglo  XVII: La  educación  integral  femenina.  En  1605  una  peste  invade Burdeos. Juana desafía el contagio y ayuda en los barrios más miserables. Allí descubre el  misterio  del  pobre,  presencia  viva  de  Jesús.  Este  servicio  le  facilita  también  el encuentro   con   jóvenes   que,   sintiendo   la   llamada   del   Señor   y   atraídas   por   su personalidad, se comprometen con su proyecto apostólico. Va descubriendo cómo en la espiritualidad  ignaciana  se  encuentra  expresada  su propia  experiencia  espiritual.  Toma contacto con los jesuitas De Bordes y Raymond preocupados por un proyecto semejante al suyo.

 SANTA TERESA DE JESÚS, “Amigos fuertes de Dios”

Nace en Ávila el 28 de Marzo de 1515, en la casa señorial de Don Alonso Sánchez de Cepeda y Doña Beatriz Dávila de Ahumada. Eran 10 los hermanos de Teresa y 2 los hermanastros, pues su padre tuvo dos hijos en un matrimonio anterior. Es bautizada el 4 de Abril del mismo año. Desde muy pequeña manifestó interés por las vidas de los santos y las gestas de caballería. Su madre muere en 1528 contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. A medida que se hace mayor, la vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en lucha con el atractivo del mundo. Su hermano Rodrigo parte a América, su hermana María al matrimonio y una amiga suya ingresa en La Encarnación. Con ella mantendrá largas conversaciones que la llevan al convencimiento de su vocación, ingresando, con la oposición de su padre, en 1535. La vida conventual era entonces muy relajada con cerca de 200 monjas en el monasterio y gran libertad para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas vistas, y con la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el locutorio. En la cuaresma del año 1554, contando ella 39 años y 19 como religiosa llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con periodos de sequedad.

 Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y la primera fundación.  Por mucho tiempo parece que la fundación de la nueva orden tendría sólo este monasterio, hasta que Teresa vuelve a llorar al saber que las necesidades de misiones en América son importantes. Escucha entonces en oración: “Espera un poco hija, y verás grandes cosas.”, y poco después le llegan instrucciones y autorización para fundar más conventos.

Comienza aquí una intensa actividad de Santa Teresa que sólo termina con su muerte, en la que compaginará el gobierno de su orden, con las fundaciones de nuevos conventos y la redacción de sus libros, sin perder nunca el buen ánimo ni la esperanza, en la confianza de que no era su voluntad lo que estaba cumpliendo y que le llegarían los apoyos que necesitara, como así fue en todo momento. Fundó en total 17 conventos: Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580),  Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582), en el año de su muerte.