Decapitación de San Juan Bautista

De consagrado a mártir, San Mateo, San Marcos y San Lucas cuentan el hecho de su decapitación

Decapitación de San Juan Bautista: de consagrado a mártir

Redacción Religión

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No hay Fiesta sin octava. Precisamente por eso, si el día 24 de junio celebrábamos la Natividad de San Juan Bautista, hoy, XXII Domingo del Tiempo Ordinario, conmemoramos su martirio. San Mateo, San Marcos y San Lucas cuentan el hecho de su decapitación. Todo empieza con Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, que había celebrado sus desposorios legítimos con su cuñada Herodías, mujer de Filipo. Estos desposorios eran contrarios a la Ley del Señor.

Será entonces cuando surge Juan Bautista, que ha estado en el desierto y que es un hombre muy extraño a los ojos de los fariseos. Una extrañeza que también abarca a muchas personas del pueblo. La cuestión es que, el hijo de Zacarías e Isabel en la vejez, se había ido al desierto, se alimentaba de saltamontes, miel silvestre y vestía con una piel de camello. Ante el estupor de todos, predica la llegada inminente del Mesías. Después, se encara con Herodes por su boda.

El monarca está atónito porque respeta al Bautista y ahora tiene un grave dilema. Si le quita de en medio cargará con ese pesar, pero si no lo hace su mujer Herodías le obligará a hacerlo porque odia a Juan. Entonces le encarcela como manera de contentar a ambas partes y a sí mismo. Sin saberlo, es el primer paso para el momento supremo en la entrega del Bautista. La ocasión llega en el cumpleaños de Herodes, donde Herodías instiga a su hija Salomé a bailar ante todos los invitados y el rey, prendado, le jura concederle lo que le pida.

Entonces, la joven le pide la cabeza en una bandeja de Juan Bautista, después de hablar con la madre. Herodes no quiere, pero le dan un argumento capcioso que a él le pone contra la pared: lo ha jurado delante de los convidados y no debe volverse atrás para que no se diga que el rey no cumple sus promesas. Por ello, manda decapitarle. Juan será enterrado por sus discípulos. Así se cumple lo que el propio Juan Bautista había dicho de que Cristo tenía que crecer y él menguar.

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