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Hoy es II día de la Octava de Navidad. La Iglesia sigue contemplando al Niño de Belén adorado por los pastores. Como María, invita a escuchar la Palabra de Dios hecha carne para guardarla en el corazón. Es la hora buena para el mundo, porque hasta él ha llegado el Niño de perlas, rosas y azucenas, sin el cual no hay un momento bueno.
¡Oh Niño que tan buenas nuevas y tan buenos días has dado a la tierra! ¡Oh Dulce gloria que mientras os tardasteis estaban todos llenos de mil penas! Pero, sin embargo, cuando llegasteis, la tierra se alegra por ver que su esperanza pueda cumplirse. ¡En verdad ha brotado un renuevo del Tronco de Jesé! Y en este 26 de diciembre, la Liturgia nos propone, igualmente, al Protomártir San Esteban.
Según cuentan los Hechos de los Apóstoles, algunas viudas de origen griego se quejaron porque no se sentían bien atendidas. Por esto, Pedro y los demás discípulos nombraron siete diáconos encargados del servicio a estas mujeres necesitadas. Entre ellos se encuentra Esteban. Su capacidad de predicar en un momento de máxima expansión de la Fe en la que, hasta algunos sumos sacerdotes, se habían convertido, hace que un grupo de ancianos le denuncie falsamente de blasfemo.
Al llegar ante el Sanedrín, el diácono echa en cara a los fariseos su dureza de corazón por lo que le arrastran hasta las afueras para apedrearle. Su sangre derramada, fue semilla de nuevos cristianos, entre los que se cuentan Saulo que estaba allí presente, aprobando su muerte, y que después será el Apóstol de los gentiles. Una vez descubiertas sus reliquias en Palestina el año 415, el culto se difundió por todo el mundo. Así la Iglesia pone lo más cerca posible de la manifestación del Dios Hombre, el testimonio del primer mártir.