San Ignacio de Antioquía, portador de Dios
Madrid - Publicado el
2 min lectura
Los mártires de los primitivos tiempos han puesto su anhelo por llegar a Dios, aunque sea con el martirio. Hoy nos trasladamos hasta la antigüedad para recordar a San Ignacio de Antioquia. Siempre sintió la fortaleza del Espíritu cuando iba a ser ajusticiado en el circo como pasto de las fieras. Sucesor de Pedro al frente de la Iglesia de Antioquia, forma parte de los Padres Apostólicos, junto a San Clemente de Roma, y San Policarpo de Esmirna, porque los tres fueron discípulos de los Apóstoles.
En sus escritos se presenta como Ignacio cuyo sobrenombre es Teófor, que significa “portador de Dios”. Detenido durante la persecución del Emperador Trajano, fue trasladado desde allí a Roma, Capital del Imperio. Declarado culpable por seguir a Cristo, es condenado a ser devorado en el circo por las fieras. Entre sus escritos destacan las Cartas a las Siete Iglesias, así como el testamento que dejó donde se podía leer: “He de ser trigo de Cristo molido por las fieras"
"Yo mismo atraeré a las fieras hacia mí. Si ellas se resisten a atacarme porque he de sufrir por el Nombre del Señor Jesús”. En las Cartas, previene de las herejías que pueden venir minando el Evangelio. También anima, desde la esperanza del Evangelio, a permanecer unidos como signo de la vitalidad de la Iglesia, que ha de ser fiel hasta el final a Dios. Incluso en los últimos días, animó a cuantos cristianos estuvieron a su alrededor para no desanimarse ante la prueba.
Y es que los sufrimientos no iban a pesar lo que la Gloria que pronto se les iba a manifestar, como bien señala en sus Cartas el Apóstol San Pablo. La muerte de San Ignacio de Antioquía el año 1171, es aliento para los creyentes de la primitiva comunidad. En sus escritos es el primero en acuñar el término de Papa y de Obispo de Roma. Con ello como la Ciudad Eterna es la Cabeza de toda la iglesia, el Pontífice es Pastor de la Urbe -Roma- y, con ella, de todo el orbe -la Iglesia en su totalidad-