San José Zhang, entusiasta catequista y mártir

La Cruz del Señor es Guía y Cirineo de cuantos por causa suya derraman también su sangre. Hoy, III Domingo de Cuaresma, comienzan las lecturas dominicales propias de este Ciclo A, que se centran en la catequesis bautismal, la que rememoraremos en la Vigilia Pascual. En este día se recuerda el Pasaje del encuentro de Cristo con la Samaritana, en el Pozo de Siquem. Y, en medio de este ya ecuador cuaresmal, recordamos al mártir oriundo de China San José Zhang.

Los Papas siempre han dicho que Asia es un Continente de esperanza en la Fe. Lo dijo Juan Pablo II, lo repitió Benedicto XVI y lo rubricó Francisco en su viaje a Japón evocando a Pablo Miki y compañeros mártires del pueblo nipón. La vida de este chino que hoy recordamos, se sitúa en 1754, año en que nace en Duyun, Provincia de Guizhou. Desde pequeño muestra esa inquietud propia del fermento en la masa de un mundo alejado de la Fe donde más se necesita predicar la Buena Nueva.

No obstante, como le sucedió a San Agustín, pasó por diferentes caminos. Comenzó asumiendo el taoísmo del que se hizo un ferviente difusor con una ideología muy cercana al sincretismo religioso, donde se da por bueno cualquier ideología religiosa y filosófica sin distinguir si es cierta o errónea. Más tarde emigra a Guiyang para trabajar en el comercio de la seda con un amigo suyo. El hijo de este amigo es cristiano y de su mano abrazará la Fe José Zhang.

Bautizado por unos misioneros, deja sus anteriores creencias y se convierte en un entusiasta catequista. Llega la persecución y huye hasta que se encuentra con el obispo francés también Santo Monseñor Dufresse, quien le anima a hacer lo mismo que hizo Pedro en la película Quo Vadis cuando se encuentra con Cristo, volviendo a Roma. En este caso, él vuelve a Guiyang. Conocida su labor, las autoridades ponen precio a su cabeza. Delatado por su familia, José Zhang será martirizado y rematado en una Cruz en el año 1815.