
Madrid - Publicado el
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Las Apariciones del Resucitado prueban también de que Cristo vive y que nuestra Fe no es vana. Hoy, quinto día de la Octava de Pascua, el Señor Glorioso vuelve a resonar en nuestras vidas. El Evangelio marca este día como el Jueves del Cenáculo. Siguiendo sus pasos el motivo es que los discípulos de Emaús están con los Once contando lo que les había pasado.
Todo lo cuentan desde una vivencia donde se nota que su corazón ardía de amor por Jesús. De repente, el Señor está en medio de ellos. Su primer saludo es paz para todos. Los Apóstoles y demás discípulos se alegran, aunque en su corazón se entremezcla cierta duda. No saben si creer de verdad o si se trata de una imaginación.
Es cuando les muestra las manos y los pies con sus llagas. Les pide que si hace falta le toquen para darse cuenta que un fantasma no tendría carne ni huesos como le ven a Él. Y como no terminan de creerlo por la alegría les pide algo de comer y lo toma a la vista de todos. Es la contundencia de mostrarles que Vive de verdad.
El Cuerpo Glorioso de Jesús puede comer aunque no lo necesite, porque ya no sufre ni muere. Y es el preámbulo de lo que nos pasará a nosotros también. Ahí les recuerda lo que les había anunciado de su Muerte y Resurrección antes de pasar y les recuerda tajantemente: “Vosotros sois testigos de todo esto”.
Es lo mismo que les hizo a los de Emaús, abrirles el entendimiento. Porque ellos han comido y bebido con Él y le han visto en todo cuanto ha dicho y hecho. Por eso son los que mejor pueden hablar de esto.