
Madrid - Publicado el
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La sencillez caracteriza a muchos Santos siempre dóciles al Soplo del Espíritu como el de esta jornada. Siempre humilde y no buscador de honores. Se trata de San Íñigo de Oña. De origen mozárabe, es decir, de familia cristiana que vive en zona musulmana, nace en Calatayud (Zaragoza) el año 1000.
Siempre estaba lleno de espiritualidad contemplativa que le alimentaban su Fe. Desde su juventud, marcha al Monasterio de San Juan de la Peña, cerca de Jaca. Una vez ordenado sacerdote se retira a hacer oración llevando una vida eremítica cerca de sus orígenes, orando y viviendo de los frutos que cultivaba en la tierra.
Mucha gente se acerca Íñigo porque corre su fama de Santidad. El rey Sancho III de Navarra le va a buscar y, dadas sus virtudes, le lleva al Monasterio de Oña en Burgos para que sea Abad. Este lugar se convirtió en un Centro de Fe y cultura para muchos.
No faltaba la impronta caritativa que le hizo ser conocido hasta el los altos estamentos. Prueba de ellos es que durante este periodo, fue asesor espiritual del propio rey y confesor de sus hijos. Si por algo se caracterizó es por su sensibilidad caritativa hacia los más necesitados. Hombre de estudios, profundizó en la vida de muchos Santos.
También quería la formación de las personas como él lo había conseguido. San Íñigo muere en torno al año 1068. Su legado caló en el corazón de quienes le conocieron porque el Monasterio de Oña fue muy visitado por los fieles en aquellos momentos. De la misma forma que otros Conventos en Europa fueron conocidos éste no lo fue menos.