Madrid - Publicado el
1 min lectura
La evangelización es callada y serena. Como el granito de mostaza que germina y crece sin saberlo. Hoy celebramos a San Ruperto. Nace hacia el año 660. La historia le sitúa entre los merovingios. Esta dinastía real gobernó Francia y Países de Centroeuropa como Alemania o Suiza.
Su familia más directa tuvo títulos nobiliarios y gobernó la parte del Rhin. De su infancia no hay grandes datos históricos. En sus inicios manifiesta una formación de corte monástico. Consagrado Obispo de Worms en el año 697, la Providencia le destinó a Ratisbona como misionero, siempre con una impronta monacal.
Sería un terreno muy necesitado de la semilla del Evangelio como hizo el Santo. Allí bautizó al Duque Teodoro de Baviera. En gratitud le dio el beneplácito para seguir anunciando la Buena Nueva por aquellas tierras. Todo empezó levantando una Iglesia en honor de San Pedro y, después, siguió con la misión bajo el Patrocinio del pescador de Galilea.
Su ministerio convirtió a muchos y un nutrido grupo de nobles, a los que también administró el Sacramento del Bautismo. Pasó por diversos pueblos donde era un verdadero testimonio para sus habitantes. La cuenca del Danubio se vio beneficiada de su tarea pastoral.
Preocupado por sus gentes les apoyó en sus recursos para vivir. San Ruperto murió en la Pascua del año 710. Sus reliquias se sitúan en la Catedral de Salzburgo. Este Templo se edificó en el siglo XVII. Dicha municipio se denomina “Ciudad de la sal”. Por eso se le representa a San Ruperto con un recipiente con sal.