Madrid - Publicado el
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La Gracia de Dios a través de su Madre toca en el corazón de cuantos viven una experiencia profunda de Fe. Si ayer celebrábamos a la Virgen de la Medalla Milagrosa, hoy recordamos a Santa Catalina Labouré, difusora de esta Devoción Mariana. Nacida en Francia en el año 1806, es la séptima de diecinueve hermanos de los que sólo sobrevivieron siete.
Huérfana de madre en plena infancia, tuvo que hacerse, desde temprana edad, cargo de la casa con la atención a la granja que tenían, ayudada por su hermana Tonina, algo mayor que ella. Pronto sentirá la llamada de Dios a la vida consagrada, en medio de muchas dificultades donde ha de servir como criada dentro del negocio de sus hermanos.
Sin embargo, la Providencia no ceja en su empeño, hasta que Catalina ingresa en las Hijas de la Caridad. Fiel al Carisma de San Vicente de Paúl, asiste a los enfermos en los hospitales, así como a los necesitados.
Un espíritu de caridad que provenía de su gran experiencia de Oración ante el Señor, hasta el punto de aparecérsele la Virgen, pidiéndole que propagase la devoción a su Medalla Milagrosa, en el mes de julio de 1830. La Aparición se completó el 27 de noviembre de ese mismo año.
Los últimos años de su vida transcurrieron en un clima de vida escondida cumpliendo la voluntad de Dios en las pequeñas tareas cotidianas, sin dejarse apenas notar. Tal y como recalca el Evangelio: “Cuando practiques la caridad nos seas como los farsantes que desfiguran su cara para que les vean los hombres”. La humildad ante todo en su ancianidad. Santa Catalina Labouré muere en el año 1876, siendo canonizada por el Papa Pío XII.