Sábado de Santo: Vigilia y Gloria

Hay ocasiones que merecen silencio y contemplación. Esto pasa también dentro de la Semana Santa. Hoy es Sábado Santo, día de vigilia ante el Sepulcro del Señor. Tras morir el Señor, José de Arimatea, magistrado del Sanedrín y discípulo de Cristo junto con Nicodemo de forma clandestina, con su autoridad pide a Pilato que le entregue el Cuerpo del Maestro, como así lo autoriza el Procurador.

Según la tradición Nicodemo, José de Arimatea y San Juan tiene parte en el Descendimiento de Cristo de la Cruz, depositándolo en los brazos de su Madre. Tras embalsamarle según la costumbre, le depositan en el Sepulcro que tenía José de Arimatea. Y en el Credo profesamos que Cristo descendió a los infiernos. Se trata de un hecho que ocurre a estas horas del día porque el Salvador baja a encadenar al maligno refrendando así su Victoria sobre él.

También accede al Seno de Abrahán, lugar donde se encontraban todos los patriarcas y personas de la Antigua Alianza que habían muerto en la Paz de Dios pero que no podían acceder al Cielo hasta que Cristo no consumase su Sacrificio. Este era el momento de cerrar este lugar. Igualmente es una jornada para acompañar a la Virgen que es la única que mantuivo la Fe Pascual. Por eso el sábado, siempre es el día dedicado a la Madre.

Esta espera nos lleva cerca de la medianoche en que se celebra la Vigilia Pascual, la Ceremonia más importante del Año Litúrgico, conmemorando la Resurrección del Señor. En ella tiene lugar la Bendición y entronización del Cirio, Símbolo del Resucitado, la Liturgia de la Palabra con siete lecturas del Antiguo Testamento y la renovación de las promesas bautismales. En ella se bautizaba a los catecúmenos que se habían preparado con obras de penitencia en la Cuaresma. Antes de Pío XII, la Vigilia Pascual se hacía por la mañana, con lo cual se denominaba a este Día Sábado de Gloria.