San Ernesto, defensor de Dios con su sangre
Madrid - Publicado el
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La humildad de los Santos siempre conlleva le premio de Dios en el Cielo y también su reconocimiento en la tierra. Hoy, sexto día de la Novena de Ánimas, recordamos a San Ernesto, cuyo nombre, de origen germánico, significa “fuerte en el combate”. Su vida se sitúa en torno a los siglos XI y XII. Por entonces, cuando tiene lugar la I Cruzada en 1099, que permite abrir caminos hacia los Santos Lugares metidos en lucha.
En ellos abrió cuatro pequeños estados cristianos, como fueron Edesa, Antioquia, Trípoli y la propia Jerusalén. Al ver esto, los musulmanes se hicieron con Edesa, mostrando que podían recuperar, incluso, los demás lugares que les habían sido arrebatados. Es así como surge la II Cruzada de la que volvieron pocas personas. Entre los supervivientes se contaba Ernesto, que, en su juventud había abrazado la Vida Contemplativa.
Concretamente se había situado en el Monasterio Benedictino de Zwiefalten, cercana al Lago Costanza. Durante su estancia en el Convento destacó por la vida de santidad y sencillez, constituyendo un ejemplo a seguir entre todos sus hermanos monásticos. Prueba de ello es que le eligieron Abad del Monasterio, rigiendo a los 62 Monjes que había, por espacio de cinco años, con gran sabiduría servicio.
Pronto se convocarán las III Cruzadas y Ernesto se sentirá en el compromiso de retornar a los Santos Lugares al lado del Emperador Conrado III. Así llegará Tierra Santa donde entregará su vida a Dios por causa del Reino de los Cielos y del Evangelio. De esta manera se asemeja al blanco ejército de los mártires que lavaron su vestiduras en la Sangre del Cordero Degollado ante quien doblará la rodilla toda lengua.