San Josafat, artífice de paz y mártir

Trabajar por el Reino de Dios tiene un precio, que muchas veces se puede pagar con la propia vida. Hoy, Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, celebramos a San Josafat. Santo de origen eslavo, nace en Volinia, entre los siglos XVI y XVII, bautizándose en la Iglesia bizantina separada. Sin embargo, cuando llega a Vilna, donde hay pocos católicos, su afán por la lectura y el conocimiento de la verdad le hace encontrarla en la Fe Católica.

Por eso, se convierte a ella. A partir de entonces, se marcará el ideal de lograr la unidad de todos los cristianos separados con la Iglesia Madre de Roma. Una vez dentro del Monasterio de San Basilio, sigue detrás de la unificación con el Papa, por lo que incrementa su espíritu de oración y penitencia. Ordenado sacerdote, salta a las vista su celo por las almas, y la defensa de la verdad, algo que no toleran los herejes.

Fruto de esto sufrirá muchas persecuciones y afrentas. Nombrado Archimandrita de la Santísima Trinidad en Vilna, su labor ha de multiplicarse ante la escasez de sacerdotes, por lo que trata de buscar vocaciones encomendando esta petición a la Providencia. Nombrado por Pablo V Obispo de Polostk, su ministerio se ve envuelto en un clima de caridad y amor por las almas. Estos frutos de unidad, suscitan al envidia de los separados que intentan frustrar el ministerio de Josafat.

Pero entretanto, Rusia, empieza a firmar la unión con el Papa de Roma. Por este motivo un gran tumulto saca a Josafat de su casa, hiriéndole de muerte por causa del Reino de Dios en 1623. Su cuerpo es llevado a Polost. El responsable es el Patriarca Melecio de la parte separada a la que perteneció Josafat. Pero como siempre la sangre de mártires es semilla de nuevos cristianos, Melecio se arrepiente y todo su grupo adjuran de su herejía convirtiéndose al catolicismo.