San Romualdo, experto en contemplación eremítica

Dios se sirve de lo que no cuenta para anular a lo que sí cuenta. De esta forma se expresa San Pablo para recordar que la Providencia no se fija en las apariencias, porque sabe lo que hace. Hoy celebramos a San Romualdo, cuya vida fue lo más humilde hasta llegar a lo que el Señor le pedía. Nace en Rávena en torno al año 950 cuando sus padres, los duques de Onesti, gobernaban la ciudad. Aunque fue educado sin una base cristiana, muchas veces se sentía insatisfecho y con grandes remordimientos de conciencia.

Él leía todos los acontecimientos con una Luz Sobrenatural que, sin saberlo, le marcaba el camino futuro. Un claro ejemplo fue la muerte en duelo de un hombre a manos de su padre, hecho que le marcó terriblemente, por lo que decide irse a un Monasterio Benedictino, en plan de expiación. Sin embargo, el Abad, teme la venganza del padre de Romualdo -porque la noticia corre como la pólvora sobre lo ocurrido- y le niega la entrada, hasta que el Obispo intercede en su favor.

Al encontrar que su vida molestaba a otros monjes decidió irse, encontrando a Marino, un ermitaño rudo, cuya vida de recogimiento hizo que se quedarse junto a él. La oración de ambos, obtuvo innumerables conversiones y cambios de vida. Entre los conversos se encontraba su propio padre que, al reconocer el horror de su crimen se retira a un Convento hasta la muerte. En el año 1012 funda la Camáldula, un nombre que proviene del benefactor que regaló sus campos para la Fundación.

Estos monjes se dedican al silencio perpetuo y la oración, repartiéndose por toda la faz de la tierra con este fuego carismático, a modo de cenobitas. Con el tiempo cambia el hábito negro por el blanco. Al intentar irse a Hungría a morir mártir ve que Dios no se lo permite, por lo que se esmera en vivir santamente sus últimos años de Convento según le marca el Espíritu Santo. San Romualdo morirá hacia el año 1027.