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En este momento en el que anhelamos la Llegada del Salvador junto a todo el Pueblo de Israel que pedía insistentemente que las nubes llovieran la Justicia y la tierra germinase al Esperado, el mismo Señor asegura en el Evangelio que no había venido a traer paz, sino división. Y esto le pasó a la mujer del Santoral de hoy, que es Santa Bárbara. Oriunda de Nicomedia. Nacida hacia el año 273 muere mártir el 306.
Pocos años faltarían para el Edicto de Milán, pero la persecución contra los cristianos estaba asegurada y recrudecida. Aquí es donde surge Bárbara. Su origen es pagano. De hecho el padre, llamado Dioscoro, es un sátrapa. Este nombre se da a los que ejercían de gobernadores puesto por el Imperio Romano en aquellos lugares que habían sido territorio de medos, caldeos y otras civilizaciones denominada bárbaras.
Su ubicación se situaba fuera de las fronteras del Imperio Romano. Dada su ascendencia, el padre estaba perfectamente enterado de la persecución a quienes creyesen en Cristo. Incluso habría tomado parte en alguna condena y ajusticiamiento. Ante el temor de que su hija abrazase la Fe se dispone a resguardarla en su temprana juventud, más bien adolescencia, de cualquier pretendiente. No ya por verla como una niña sino por el miedo a que cayese en manos de algún cristiano.
Pero providencialmente el padre tiene que viajar mucho y en esas ausencias, Bárbara pide que le hablen de Cristo, aumenta su curiosidad, se forma y termina bautizándose. Será Orígenes uno de los que tienen parte en su conversión. La propia Bárbara pide que esa torre en la que el padre le ha encerrado con dos ventanales, que pongan uno más en alusión a las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
Cuando el padre se entera de la conversión de su hija trata de disuadirla, pero ella se reafirma más. Por ello el propio padre cumple al sentencia de decapitación. Cuando termina todo un rayo parte al padre en dos. Por ello Santa Bárbara es abogada contra las tormentas, además de Patrona de los mineros.