San Eduardo
Rey humilde, nace en Inglaterra el año 1004 en un ambiente que no favorecía por entonces mucho la Fe en Jesucristo
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La vida del cristiano tiene que nadar contra corriente muchas veces. Eso conlleva el saber asumir que somos signo de contradicción muchas veces. Hoy la Iglesia nos propone al Rey San Eduardo III, probado por muchas situaciones adversas en su trayectoria. Nace en Inglaterra el año 1004, en un ambiente que no favorecía por entonces mucho la Fe en Jesucristo, a juzgar por el panorama social, cultural, político y religioso que se planteaba en ese periodo.
Por ejemplo, las gentes del pueblo viven sumidas en la más profunda ignorancia, mientras los nobles están rebosantes de envidia y codicia. Por su parte, la Iglesia está a punto de sufrir el Cisma entre Oriente y Occidente de Focio y Cerulario, que dará origen a los ortodoxos. A los diez años, las circunstancias de la vida, le hacen huir al Ducado de Bretaña del que son titulares sus tíos.
Se trata de la zona más civilizada del Viejo Continente. Allí recibiría la noticia de la muerte de su padre. Por entonces, su madre casualmente le abandona, casándose con el impío Knut, el nuevo tirano danés. Todas estas situaciones no le perjudica, sino que le acercan a unos monjes daneses que le abren su corazón a Dios, profundizando en su amor y misericordia. Imbuido del espíritu de la Fe, rechaza ser Rey de Inglaterra cuando ve muchos escándalos y conspiraciones, siendo monarca a los cuarenta años.
Una aceptación que hace después de pensárselo y reflexionar muchos tiempo, poniéndose en las manos de la Providencia. Su reinado está lleno de reconciliaciones y desprendimiento por lo que los pobres empiezan a tener alimento y bienes, desde la invitación del Evangelio para distribuir todo entre los necesitados. San Eduardo muere en el año 1066.