El cardenal Bocos, sobre la vida religiosa: "El Papa pide que estemos comprometidos con los más pobres"

En 'Crónica de Roma' de TRECE, Aquilino Bocos ha repasado su relación con Francisco y sobre la vida contemplativa pide a los fieles acercarse a los conventos "sin miedo"

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Redacción Religión

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El claretiano D. Aquilino Bocos fue creado por el Papa Francisco cardenal el 28 de junio de 2018 con 80 años de edad en reconocimiento a su historial de servicios a la Iglesia, y en particular a la vida religiosa. Ambos se conocen bien desde la etapa de Jorge Bergoglio como obispo auxiliar de Buenos Aires. Este miércoles, 26 de mayo, el cardenal Bocos ha pasado por el programa de 'TRECE en Salida: Crónica de Roma’, para abordar el futuro de la vida religiosa consagrada en el mundo.

¿Qué siente uno cuando recibe tanto cariño del Santo Padre?

Tengo cierto temor porque me da la impresión de que no estoy a la altura de lo que él dice. De lo que estoy convencido es de que el Papa, cuando habla así, es porque está reconociendo la vida consagrada a la que tanto ama.

No son pocos los que entendieron que el cardenalato le llegó como un reconocimiento a la vida dedicada al servicio de la Iglesia, en particular a esa vida religiosa. Usted siendo superior general de los Claretianos tuvo oportunidad de encontrarse con el hoy Papa en el Sínodo sobre la vida consagrada del año 1994. Bergoglio era por entonces obispo auxiliar de Buenos Aires. ¿Cómo lo recuerda?

El entonces obispo auxiliar de Buenos Aires tuvo una conferencia en aquel Sínodo de antología. Yo le recuerdo al lado de la Madre Teresa de Calcuta. En torno al Sínodo, es de los más importante que ha habido en la Iglesia. Ese Sínodo dedicado a la vida religiosa no se entiende sin el sínodo de los veinte años del Concilio donde se habló mucho de Misterio, Comunión y Misión, que luego se refleja al hablar de los laicos que da juego a la comunión, a la interrelación vocacional de los estados vivos, lo que comporta un ensanchamiento de la vida de la Iglesia a través de los laicos y del que también los religiosos se sienten beneficiados.

Los religiosos se acercaron al Sínodo con temor, porque se oía que iba a ser el momento en el que la iglesia quería apretar a la vida religiosa. Había una especie de malentendido, a mi modo de ver, de creer que los males de la Iglesia dependían de lo mal que iba la vida religiosa. Lo curioso es que ese Sínodo hubo un encuentro maravilloso entre obispos y religiosos. Eran muchos obispos y éramos muchos religiosos participantes en ese Sínodo. Hay una anécdota y es que en una de las cenas estábamos un grupo de superiores generales con Juan Pablo II y le agradecemos el haber convocado este Sínodo. El Papa dijo que no nos extrañásemos, porque él quiso nada más fue nombrado Pontífice convocar este Sínodo y no lo hizo, porque hubo alguien que le aconsejó que no lo hiciera.

¿Cómo ha evolucionado la vida religiosa en estos 50 años?

Metido en las tareas sacerdotales, uno se da cuenta de la trayectoria de la vida religiosa. Es un caminar entre luces y sombras. Hay gente que solo se fija en las sombras y no caen en la cuenta de la luminosidad de la vida religiosa. La vida de la Iglesia atravesó momentos difíciles, como en mayo de 1968 con la sacudida tremenda, el proceso de secularización que hizo tambalear los principios fundamentales de la vida cristiana cuando se hablaba tanto de identidad. Hay una evolución muy fuerte hasta llegar al Sínodo del 1994. Lo importante es caer en la cuenta de que la vida religiosa es vida, y se enfrenta a los desafíos constantemente. Y lo hace desde el diálogo.

¿Cree que falta diálogo con la realidad de la vida religiosa?

El Papa lo está impulsando, no corrigiendo, porque es consciente de cómo es la vida religiosa frente a la realidad. A mí me gustaría que la gente que habla de la vida religiosa fuese a los barrios de Abiyán en Costa de Marfil, a Calcuta, a las cumbres de Medellín, a las vías de Argentina. Tantos lugares que he visitado y donde están presentes los religiosos. He tenido conversaciones con la Madre Teresa de Calcuta y he observado cómo lo hacen en esas zonas. Lo que quiere el Papa es que esto no se pierda de vista y estar comprometidos con los más pobres y necesitados. Superar el afán de mirarnos a nosotros mismos cuando en realidad tanta gente sufre. Por otro lado, estar en contacto con la realidad es estar en contacto con la cultura, con la Educación, con la Sanidad. Es algo sorprendente. Pero hace falta ver que la realidad nos interpela siempre.

El Papa habla de las ideologías y le produce tristeza…

Es una preocupación constante porque son palabras vacías, el hablar por hablar pero sin estar comprometidos.

Hoy en la Iglesia se habla mucho de sinodalidad, de ser Iglesia en salida. ¿Se necesita en la Iglesia reflexionar sobre la vida religiosa y su papel en el camino de la sinodalidad?

La sinodalidad es un camino. Iglesia y Sínodo es la misma cosa. La sinodalidad es el futuro de la vida de la Iglesia en este tercer milenio. La vida religiosa o está en la iglesia, o no es nada. La sinodalidad nos lleva a estar en búsqueda, responsabilizarse, entregarse día a día a los más necesitados. Lo que no debemos es salirnos de ese camino.

Este domingo tiene lugar la Jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa. Es una jornada que se celebra cada año, pero este no es uno cualquiera. La vida contemplativa es la más desconocida, pero la pandemia ha traspasado esos muros de los conventos y monasterios. ¿Qué aporta la vida contemplativa al mundo actual?

Que sea ella misma. La vida contemplativa en la Iglesia es un tesoro escondido. Puede parecer inútil, pero solo lo inútil es necesario. Lo que revela la vida contemplativa es un anhelo permanente de mirar a lo alto, de búsqueda y diálogo con Dios y la misma Humanidad. La gente no tiene que tener miedo y acercarse a los conventos de clausura para ver que no sean personas extrañas, sino que viven, son una vela ardiente que no se consume, un manantial que nos surte de agua. Son realistas. A veces pensamos que la realidad es lo que aparece. No caemos en la cuenta de que la realidad es emergente, y la más profunda es Dios mismo. Los monasterios de clausura son el lugar de encuentro del hombre con Dios, en absoluta gratuidad.

Con esto no quiero decir que no sufran problemas, por ejemplo, ahora, la falta de vocaciones o situaciones de envejecimiento. Hay que estar cerca de ellos y necesitan un asesoramiento especial, pero lo que más necesitan es la admiración.

Resulta difícil predecir el futuro, ¿cómo será la vida religiosa del futuro según usted?

Sueño con una vida religiosa que se mantenga lúcida, coherente y comprometida. Me importa poco que seamos muchos o pocos. Lo que está en juego es la calidad, el compromiso, el testimonio.

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