'Solidarios por un bien común' muestra la cara de los párrocos en la España vacía: "Si hay Iglesia, hay vida"

El programa de TRECE muestra momentos únicos entre el párroco y los feligreses, como el de una anciana que, pese a no poder hablar, se emociona al recibir la comunión

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Leoncio, Héctor e Ignacio son mucho más que sacerdotes. Son una figura fundamental para mantener con vida a poblaciones en las que viven cada vez menos vecinos y en su mayoría de avanzada edad. Una labor que TRECE ha abordado en el segundo episodio de “Solidarios por un bien común”, un programa que descubre hasta dónde alcanza la labor de la Iglesia al servicio de la sociedad.

Héctor, párroco en Mora de Rubielos: "Tengo más funerales que bautizos o bodas"

La primera parada de este reportaje es en Mora de Rubielos en Teruel (Aragón). Una provincia con nueve habitantes por kilómetro cuadrado, cuando la media del país es de 93. La comunidad aragonesa es una de las más castigadas por la despoblación. Un 7% de sus habitantes viven en municipios de menos de 500 habitantes. Héctor Abel es el sacerdote rural de la zona y afirma con tristeza que “últimamente celebro más funerales que bodas o bautizos”.

Los vecinos parecen tener clara la receta para paliar la situación: "Hay que hacer un llamamiento a la gente joven para que prueben cómo se vive aquí y cómo en la ciudad, y verás como no se vuelven a ir", comenta un vecino. Sin embargo, el problema más urgente a solucionar es la carencia de servicios, que se concentran en las cabecera de comarcas dejando a muchos pueblos sin escuelas, sanidad o transporte público. La tasa de natalidad es nada alentadora y la edad media avanza paralelamente.

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La Iglesia y sus párrocos están presentes en estos municipios para acompañarles, no solo para administrarles la Eucaristía, tal y como remarca Hector: "Lo primero es estar con la gente, que se sientan acompañados, que la Iglesia esté con ellos cuando nos necesiten. La gente es lo que más importa".

En la comarca de Mora de Rubielos Gúdar es uno de los pueblos de mayores dimensiones. La estación de esquí este invierno ha estado cerrada porque no ha nevado, lo que ha ha hecho que se resienta el turismo: "Pedimos que nieve, pero tenemos que tener cuidado con lo que se pide, porque una vez rezamos por que lloviera y nos trajeron inundaciones", comenta la propietaria de una tienda, Pilar, entre risas.

Mari Carmen por su parte colabora con la Iglesia: "Voy cuando hace falta, se pone el Belén en navidad, si hay que lavar algo se hace..." Ha comentado que Gúdar ha cambiado mucho: "En los años sesenta se fue mucha gente y hemos quedado menos, pero creo que estamos bien dentro de las posibilidades que hay a los pueblos, donde llega todo más tarde. Yo estoy bien, no echo en falta nada", asegura.

En cualquier caso y como hemos comentado, la esperanza de que estas localidades resuciten pasa por la gente joven, tal y como recuerda el sacerdote: "Para eso nos faltan medios como Internet, cobertura, comunicaciones y que puedan vender su producto a otros sitios desde aquí".

Además, añade que la Iglesia representa algo más en estas zonas que los lugares donde se administra la comunión o se celebran las misas: "La Iglesia tiene que estar pensando en todas las necesidades, como la falta de vocaciones o exigir los medios para ayudar a los vecinos a vivir aquí. Los sacerdotes no son agentes sociales, pero tienen voz, la palabra de Cristo”.

Tampoco lo tienen fácil los maestros de las escuelas rurales. En el caso de Gúdar, cuenta con nueve alumnos y siete niveles diferentes: "La ventaja de este modelo educativo es que todos se ayudan entre ellos. Los pequeños maduran más y los mayores se responsabilizan de los otros", ha precisado la docente.

Ignacio, sacerdote rural en Sierra de Albarracín: "He aprendido a saborear la vida"

Ignacio Hernández es el sacerdote rural de la Sierra de Albarracín y hace 50.000 kilómetros al año de estrechas carreteras para llegar a todos sus destinos. Es “amable y de buen corazón” según sus feligreses, y tiene claro que en sectores como el suyo, la labor de la Iglesia es trabajar “por zonas”. Para él, ser sacerdote en una despoblada como Albarracín ha supuesto “aprender a saborear la vida”.

En invierno la temperatura ronda entre los quince y los veinte grados bajo cero. En la ermita de Santa Bárbara es donde se celebra la misa. Pocos feligreses asisten, sobre todo gente mayor. Cada mañana, el padre Ignacio toca la campana para avisar de que hay misa. Una de las feligresas que acuden cada día al templo es María Dolores junto a su marido. Un matrimonio que lleva casado más de medio siglo: "El secreto es seguir enamorados", comenta la mujer.

Para Ignacio, es un orgullo dar misa pese a los pocos feligreses, porque representa algo importante para ellos: "Es una persona de lo más amable, lo más buena persona y con todo su corazón. Hace lo que puede", comenta María Dolores sobre su párroco, que es muy querido en la comarca.

Una relación de afecto que es mutua: "Los vecinos quieren hablar, acompañarte, te obsequian con comidas, pastas, huevos... son muy generosos", remarca Ignacio.

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En Aragón, los sacerdotes tienen 64 años de media. Ignacio está por debajo de esa media, pero le preocupa la falta de vocaciones: "Preocupa que no entre gente en el seminario. Además, apunta que la despoblación no tiene vuelta atrás: "Hay que concienciarse que desde las parroquias tenemos que trabajar más en diferentes zonas, no solo en una parroquia".

La mirada de emoción de una anciana enferma a su párroco de la zona de Villadiego

Junto a Aragón, Castilla y León es otra de las zonas más azotadas por la pérdida de población. El 88% de sus municipios reducido el número de habitantes en las últimas décadas. En la zona de Villadiego, es sacerdote Leoncio, quien, en sus once años como religioso en la zona, ha visto como “se han perdido habitantes”. De hecho, lamenta que una de las partes más tristes de su trabajo es ver como sus feligreses enferman, se van marchando, pero aquí también “la labor de la Iglesia es acompañarles”. Leoncio destaca que ser sacerdote rural implica “un trato más personal. Dentro de esta España que no importa, aquí está la Iglesia”.

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Desde 2009, Leoncio ejerce el sacerdocio en la zona: "Lo peor es que se ofician más funerales que bodas". Una vez a la semana, el padre Leoncio visita a Rosario, su feligresa más anciana, con 104 años edad, para darle la comunión.

Otra de sus feligresas es Remedios, de 90 años, Sufrió un ictus hace unos meses, lo que le impide hablar con normalidad. La mirada cargada de emoción de Remedios a su párroco tras administrarle la comunión justifica toda una vida dedicada al sacerdocio: "Habiendo Iglesia hay vida", sentencia Leoncio.

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