“Andrés el de las arradios”, una vida dedicada a las ondas
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Esta es una de esas historias que nos enseña sobre la vida, el sacrificio y la pasión por un trabajo: la radio. Un medio de comunicación que llega a España en 1924 y cuya implantación tuvo lugar gracias al esfuerzo de profesionales como el protagonista de este reportaje sonoro.
Supe de su existencia gracias a Julio Pinto cuando un día me acerqué a su tienda de antigüedades de El Rastro de Madrid. Iba en busca de un viejo aparato de radio con el que decorar mi casa y al ver uno le espeté ignorante de mí a Pinto: “¿es un transistor?”. Él me respondió: “no chaval, esto es un receptor de lámparas”. Le pregunté: “¿y cuánto cuesta esta antigualla?, me respondió: “400 euros”. En ese momento aluciné en colores como la radio que quería pintar el abuelo de Gila -que fue gran amigo del protagonista de esta historia, ya que antes de humorista fue radiotécnico- y le pregunté a qué se debía ese precio disparatado. Me dijo que ese aparato tenía un valor sentimental especial por la persona que lo había reparado. Fue, entonces, cuando todo comenzó: “Le llaman en Colmenar Viejo Andrés el de las arradios, es un hombre de más de 90 años que repara aparatos desde que era un niño. Le dieron el año pasado el título de hijo predilecto del pueblo”. En ese instante me di cuenta de que siempre hablamos de las estrellas de la radio que están delante de los micrófonos, de manera especial el día 13 de febrero con motivo del Día Mundial de la Radio, pero no nos acordamos de los profesionales que en los albores de este medio en España pusieron en marcha la fabricación de un parque de receptores que generara una audiencia y, así, apareciera la inversión publicitaria que la financiara.
Conocí a Andrés en la localidad que le vio nacer, crecer y envejecer. Nada más verlo por primera vez no me pude creer que tuviera 92 años, por su aspecto físico no lo aparentaba y menos cuando comenzó la conversación, pero cuando se puso a trabajarle hubiera echado 20 años menos. Hablamos de un niño prodigio -porque que alguien me diga que con doce añitos estaba fabricando
aparatos de radio de los antiguos que tienen incontables piezas- una personalidad especial que desde niño le hizo interesarse por todo lo que conllevara pensar y calentarse la cabeza para llevar a cabo una tarea y que cultivó en él un espíritu de ayuda a los demás.