España, neutral y dividida entre aliadófilos y germanófilos

España decidió no entrar en el conflicto debido a su mala situación económica y a la falta de incentivos

El Presidente Eduardo Dato con el Rey Alfonso XIII

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El 7 de agosto de 1914, poco más de una semana después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el Gobierno de Eduardo Dato decretaba de manera oficial la neutralidad de España en el conflicto.

"Existente, por desgracia, el estado de guerra entre Austria, Hungría y Serbia, el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles". 

España no formaba parte ni de la Triple Entente ni de la Triple Alianza, los dos grandes pactos supranacionales sobre los que se asentaban los bandos en conflicto, y estaba metida en plena guerra en Marruecos, donde se destinaban gran parte de los recursos económicos y materiales de la Defensa española.

La neutralidad española buscaba además lograr un beneficio económico de la Guerra, aprovechando el parón en la producción industrial de los países beligerantes para impulsar la entonces incipiente industria española, que apenas tenía cierta relevancia en Cataluña y en el País Vasco.

La opinión pública española también se encontraba manifiestamente dividida entre ambos bandos, lo que dificultaba al Gobierno, ya de por sí inestable, tomar partido por cualquiera de los contendientes, ante el riesgo de división política y social. La mayor parte de los conservadores, los germanófilos, apoyaban a los Imperios alemán y austro-húngaro, que representaban una visión más autoritaria y antidemocrática, mientras los aliadófilos, los partidarios del Reino Unido y Francia, tenían una visión más liberal y democrática. 

La mayoría de intelectuales españoles, entre ellos Ortega y Gasset, Valle-Inclán, Unamuno, Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán o Ramiro de Maeztu, se inclinaban por el bando aliado, y solamente algunos como Pío Baroja o Jacinto Benavente mostraron más predilección por los imperios centrales.

Como preveía el Gobierno, la Guerra supuso de hecho un gran beneficio para la economía española que, por primera vez en la era moderna, lograba una balanza comercial positiva gracias al aumento de las exportaciones, especialmente de material armamentístico, en los sectores de la minería y la siderurgia, pero también en el textil o incluso en la alimentación.

No obstante, la contienda sirvió también para rematar el sistema político de la Restauración, en una Europa en la que se multiplicaron los sistemas parlamentarios y se constituyó el primer Estado comunista. Apenas 5 años después del final de la contienda triunfó el Golpe de Estado que dio paso a la dictadura de Primo de Rivera.

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