El viaje al centro de Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno trata de dar una imagen de moderación frente a "las tres derechas" y los independentistas
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Conocido es que Pedro Sánchez no tiene excesiva dificultad en cambiar de planteamientos en función del momento político y de si la situación lo requiere. Como bien resumió en su día de manera inconsciente la vicepresidenta Carmen Calvo, una cosa es lo que diga Pedro Sánchez y otra lo que diga el presidente del Gobierno.
Así, un día puede dar un mitin con una bandera de España gigante de fondo y al siguiente hablar de una España en la que hay múltiples naciones; un día puede llamar a Podemos populista y al siguiente acordar los presupuestos con ellos y, de la misma forma, puede llegar a un acuerdo de investidura con Ciudadanos y pocos años después acusarles de ser cercanos a la extrema derecha.
Además, el presidente, bien asesorado por el consultor político Iván Redondo, artífice de su llegada a Moncloa, modela su discurso en función de lo que dicen los sondeos electorales del momento.
Después de lograr que, con la colaboración necesaria de Pablo Iglesias y de su chalet de Galapagar, el PSOE recupere una parte importante de los electores que se habían marchado a Podemos, el objetivo de Sánchez ahora es tratar de volver a captar para la causa a aquellos votantes más moderados que se hayan marchado a Ciudadanos disgustados por los pactos del Gobierno socialista con los independentistas catalanes.
Por eso, desde que se confirmó el fracaso de los presupuestos socialistas, Sánchez ha tratado de marcar distancias con los que hasta hace cuatro días eran sus socios de Gobierno, señalándolos como culpables del fracaso de las cuentas "más sociales" de la historia y acusándoles de alinearse con "las tres derechas".
Por otro lado, desde el PSOE consideran que es el momento para recuperar espacio ante lo que consideran una deriva derechista de Ciudadanos, aprovechando el acuerdo de Gobierno en Andalucía, donde la coalición entre el PP y los naranjas ha salido adelante gracias a los votos de Vox y, sobre todo, la foto de Colón, en la que Albert Rivera posó cerca, que no al lado, de Santiago Abascal. El propio Rivera, consciente de que una imagen demasiado conservadora perjudica a un partido que tiene en los votantes jóvenes y urbanos su mayor base, intentó distanciarse de Vox rodeándose de banderas LGTB en la concentración de Colón.
Desde el PSOE se lleva agitando el fantasma de "las tres derechas" desde mucho antes de que Vox alcanzara representación parlamentaria en Andalucía, y, si bien es cierto que en esos comicios andaluces la estrategia perjudicó a los socialistas, desde el Gobierno creen que el miedo a la extrema derecha puede impulsar una amplia participación de la izquierda en abril. Así, la estrategia socialista en campaña es clara: si no se quiere un Gobierno condicionado por Vox, habrá que votar al PSOE.
Desde Ciudadanos, han explicado que no tienen intención de pactar con un PSOE liderado por Pedro Sánchez, al que no perdonan haber llegado a la Moncloa con el apoyo de los independentistas, y el propio Sánchez ha acusado a los de Rivera de trazar "un cordón sanitario" en torno al PSOE para "atarse la extrema derecha".
Los presupuestos rechazados son la bandera en campaña de un PSOE que espera con ellos animar a votar a muchos de los votantes de izquierdas desencantados con la gestión de la crisis catalana. Ellos serán los que decidirán si tienen más miedo a Santi Abascal y Pablo Casado o a Rufián, Puigdemont, Junqueras y Torra.