Djibril, un senegalés que llegó en un cayuco a las costas canarias: "No me puedo creer que esté vivo"

De él se despidió su familia para verse en el cielo porque las últimas embarcaciones que partieron desde la costa senegalesa nunca llegaron a las Islas Canarias

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Djibril, un senegalés que llegó en un cayuco a las costas canarias: "No me puedo creer que esté vivo"

Beatriz Mesa

Publicado el - Actualizado

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Djibril es vendedor de pescado en Saint Louis, al norte de Senegal. Con su sueldo no puede mantener a sus padres, su mujer y un hijo de dos años. Era la tercera vez que intentaba subirse a un cayuco para alcanzar las costas canarias. Por cada intento ha pagado más de 600 euros. Las dos primeras veces llegó tarde a la hora de salida marcada por las mafias, siempre imprevisibles. Esta vez logró agarrar el cayuco y subirse junto con 104 personas.

Djibril caminaba por el paseo marítimo de las Palmas de Gran Canaria a donde llegó en cayuco el pasado jueves junto con 104 migrantes. Uno murió de frío durante el trayecto. Lanzaron el cadáver al mar. Todavía conmocionado por la muerte de su camarada y los ocho días más difíciles de toda su vida. “Aún no me puedo creer que esté vivo” repetía junto con sus colegas senegaleses.

Lleva en la mano una bolsa de plástico y en ella un móvil al que se agarró durante toda la travesía clandestina como el único hilo de esperanza de comunicación con su familia que dejó en Saint Louis, al norte de Senegal. “Ahora que se lo que significa cruzar a España en un cayuco, no lo repetiría. Y así se lo he advertido a mis amigos. Que no embarquen porque hay más probabilidades a morir que a vivir”.

Sus padres, su mujer y su hijo de dos años se quedaron en su pueblo natal. De él se despidieron para verse en el cielo porque las últimas embarcaciones que partieron desde la costa senegalesa nunca llegaron a las Islas Canarias. Pero no había salida. La exposición a la muerte en vida y clínica como vendedor de pescado en su tierra natal por lo que percibía mensualmente menos de 100 euros al mes o alcanzar Europa por la vía clandestina.

Cuando Djibril telefoneó a su casa, ocho días después de su partida, la mujer se tiró al suelo de emoción. Su marido estaba vivo. “Sí, de milagro. Normalmente es un trayecto de cuatro días, pero el viento fue terrible y tuvimos que parar el motor durante tres días”. Durante esos tres días la embarcación retrocedió y necesitaron cuatro más para llegar a Tenerife. Ya no quedaban una gota de agua y menos aún comida. De todas formas, el estómago dejó de funcionar. No había quien comiera entre ráfagas de viento y olas suicidas. “El temporal era terrible. Nos agarrábamos a la embarcación y rezábamos”, declaró en la Cope el joven Gibril.

Faltaban 80 kilómetros para alcanzar Tenerife. Y sólo un litro de gasolina. Abatidos por la realidad y cuando ya no aguardaban ninguna esperanza de supervivencia, un mercante español apareció milagrosamente. Todos fueron salvados.