El esclavo que triunfó en la pista del Circo

El calvario que viven muchos niños en las escuelas islámicas de Senegal

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Beatriz Mesa

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

El joven senegalés Youssuf se ha servido a menudo, en su azarosa vida, de una agilidad admirable, que es tanto física como mental. Decisiones rápidas  y elasticidad del gesto para llevarlas a cabo. Recuerda a un personaje que recrea el escritor Italo Calvino, un poeta que escapa con una pirueta de un grupo de indeseables. Y así hizo Youssuf para escapar con ligereza de la opresión más pesada: los falsos guías islámicos y la mercantilización religiosa. 

De su frente sobresale un agudo bulto. Es la marca de la reconversión en ciudadano. Antes era un pobre joven que deambulaba sin horizontes, pero detrás de sus lentes había visión de futuro que no tardó en auparle al circo. «Me caí del trapecio y entró algo en mi frente. Debería operarme pero no tengo recursos. Ya lo haré», señaló Kiriku, su apodo, aunque su nombre de pila es Youssuf. Encarna la superación, la valentía y el esfuerzo de un joven que tras pasar largos meses maltratado y explotado por su maestro coránico, consiguió escapar y trazar un nuevo camino entre trapecistas, tirolinas, malabaristas, payasos, volteretas y movimientos atléticos en el circo de Senegal. 

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Como Kiriku, muchos niños menores de edad son entregados por sus familias a maestros religiosos (los morabitos) para recibir enseñanza islámica y, al mismo tiempo, dignidad. Eso es lo que piensan también los pequeños hasta darse de bruces con otra realidad: castigos, grilletes, insultos, violencia...

Y a partir de ese momento sólo se abren dos vías, la huida o el sometimiento. Kiriku optó por la primera. Difícil, pero arriesgó. Los cefas (la moneda local) recogidas de la mendicidad del día se las guardó cuidadosamente en el bolsillo y directamente se apresuró a una estación de autobuses para tomar rumbo hacia la capital Dakar. 

De manera milagrosa se cruzó en su camino con una buena persona que le invitó a conocer el circo y allí se quedó para siempre. Sintió reconocimiento y, con el tiempo, vocación. Su condición de «talibé»—así se conoce al estudiante de escuelas tradiciones coránicas— terminó absorbiendolo los macro saltos de trampolín. « Realmente no empecé como trapecista, sino como costurero de los actores. Era un mero observador que reparaba los descosidos de las estrellas del circo. Tenía muy claro que había encontrado mi lugar», declaró Youssuf, con 17 años ahora.  

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El Circo desalojó de sus recuerdos el pasado infernal de las «madrasas» o las «daaras», las instituciones religiosas propagadas en el África Occidental cuya función es enseñar el mensaje religioso del Corán pero, en muchas ocasiones, se convierten en centros de explotación de los niños.  Los «jefes religiosos» se han aprovechado de la vulnerabilidad de tantas familias incapaces de mantener a sus hijos y acaban confiándolos a maestros coránicos pensando que en esas manos hallarán el calor familiar, el estudio, la disciplina y una vida próspera. Quimera. 

Estos niños vagabundean por las calles de Senegal, envueltos en harapos. En especial, se encuentran en los grandes centros urbanos al acecho de dinero o alimentos que les salvará de un castigo de vuelta a la casa del marabú. «Si no traes algo de arroz o dinero, el maestro reprime, te golpea. Entre varios chicos sujetan piernas y manos, y el marabú golpea», relató Youssuf desde su casucha en Dakar, en donde trabaja como jardinero a cambio de una habitación gratis para estar cerca del circo.  

Los talibés forman parte del paisaje cotidiano, una pesadilla normalizada y aceptada por la sociedad civil y las instituciones. Otra manera de producir violencia desde el silencio y la inacción. Todos son cómplices de la denigración de cuantos niños con una lata de metal en la mano o de plástico recorren calles de barrios, descalzos, embadurnados del polvo de un suelo sin asfaltar, sin horizontes a la vista. 

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Quedan excluidos socialmente porque su paso por la pseudo enseñanza religiosa les descolariza e impide aprender un oficio. «Cuando les veo por las calles, les explico la realidad, les disuado y, por supuesto, jamás les doy dinero, jamás. Sólo algo de comida para ellos», prosiguió Youssuf que con su testimonio espera concienciar a otros niños para que le imiten y se resistan a la pesadilla. Parecidas historias se han logrado ilustrar en el proyecto del artista español asentado en Dakar, Daud, que à través DE «regards qui parlent» (miradas que hablan ) ilustra los rostros de los talibés, recoge sueños y pensamientos de cada uno de ellos, una manera de entumecer las miserias de la esclavitud moderna. 

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