Isabel II: 73 años junto a Felipe Mountbatten, el amor de su vida
El 20 de noviembre de 1947, la Abadía de Westminster se engalanaba para la boda de Elizabeth Alexandra Mary con el joven y apuesto príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El 9 de abril de 2021, Isabel II se despedía del que había sido su compañero de viaje durante los últimos 73 años, Felipe Mountbatten, Duque de Edimburgo que fallecía a unos meses de cumplir 100 años.
Aquel viernes, el
informaba que: "Con profundo pesar, Su Majestad la Reina anuncia la muerte de su amado esposo, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo. Su Alteza Real ha fallecido en paz en el Castillo de Windsor".
Con la muerte del Duque de Edimburgo se ponía fin a una larga historia de amor que comenzaba con un intercambio de cartas entre Isabel y Felipe que se habían conocido cuando la reina, entonces princesa -contaba con tan solo 13 años- y fue de visita junto a sus padres, el rey Jorge VI y su esposa Isabel, a las instalaciones de la Royal Navy en la que ya se formaba un joven Felipe de 19 años.
Aquel primer encuentro en el que Felipe hizo de carabina de Isabel y Margarita
Era el mes de julio de 1939. Los reyes y sus dos hijas habían llegado al puerto de Darmouth en el yate real Victoria & Albert, acompañados por Lord Mountbatten, razón por la que el sobrino de este, Felipe, fue invitado a cenar a bordo. Isabel tenía 13 años y era Lilibet, Felipe tenía 19 años y era un apuesto cadete de la Real Academia Naval de Darmouth, la Royal Navy.
Parece ser que el apuesto cadete -alto, rubio y muy atlético- llamó la atención de la jovencita princesa, según escribió en su diario Lord Mountbatten que detallaba como su sobrino volvió al día siguiente "para tomar el té y tuvo mucho éxito con las niñas".
¿Fue amor a primera vista recíproco? La respuesta es no. Si el cadete de la Royal Navy se sintió atraído por la heredera del trono británico no lo demostró, pero como todos los biógrafos del Duque de Edimburgo insisten, Felipe era un joven que llevaba siempre puesta una coraza, la que le ayudó a superar su triste historia familiar -con una madre enferma y un padre que buscó consuelo en el juego y las amantes-, tras tener que huir de su Grecia natal.
Felipe luchó en la Marina Real Británica durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a ser el primer teniente del destructor HMS Wallace con tan solo 21 años. Durante la Guerra y, una vez acabada la contienda, comenzó a cartearse con la princesa Isabel. Su noviazgo comenzaba oficialmente en 1946 -cuando Felipe pidió la mano de la princesa- y culminaría en boda a finales de 1947.
La primera boda real retransmitida a todo el mundo
El noviazgo entre Isabel y Felipe no fue un camino de rosas. Cuando se hizo pública la relación entre la heredera al trono y el príncipe de origen griego y danés, hubo más de una oposición. Algún que otro Lord veía al futuro rey consorte como un hombre “rudo y maleducado”.
Tampoco era bien visto por su ascendencia germánica, de hecho tuvo que cambiar sus apellidos paternos Scheswig Holstein Sonderburg Glucksburg por el de su madre Mountbatten. Finalmente en julio de 1947, el rey Jorge VI daba el consentimiento para que la boda se celebrara el 20 de noviembre de ese mismo año.
La entrada de la novia en la abadía fue descrita así por el corresponsal del The New York Times:
“Fue una llegada tan cargada de drama y belleza que ninguna fantasía de Hollywood podria igualarla: el rey Jorge, con su uniforme naval, y la princesa Isabel, con su adorable vestido en blando y oro, enmarcados en la entrada. Una fanfarria de trompetas partió el silencio, el coro de Westminster empezó a cantar ‘Praise, My Soul, the King of Heaven’ y tras un desfile de frailes de la Abadía, Isabel recorrió la nave del brazo de su padre. Su rostro se mostraba pálido y retraído. ‘Oh, parece nerviosa’, susurró una dama en la bancada”.
Normal que la novia estuviera nerviosa, se casaba ante 2.000 invitados, la boda se podía ver en las televisiones de todo el mundo y porque, además, el día no había comenzado muy bien. Horas antes de la ceremonia se rompía la tiara de diamantes de su abuela -el algo prestado que toda novia lleva-; pese a sus 21 años, la joven princesa se negó a cambiar de diadema, y confió en el joyero real que la arregló en un par de horas.
25 costureras y 10 bordadores habían confecionado el vestido elegido por Isabel: diseñado por Sir Norman Hartnell era de color marfil en satén duquesa. Como toda vestimenta real tenía símbolos cargados de mucho significado como los emblemas florales tanto británicos como del resto de la Commonwealth en hilos de oro y plata, pequeñas perlas, lentejuelas y cristales. El diseñador de la corte añadió una flor muy particular: un trébol irlandés de cuatro hojas tejido en la falda, para que Isabel pudiese repoar su mano en un símbolo de buena suerte. Felipe eligió vestir su uniforme naval.
El novio le regaló a Isabel un brazalete de diamantes que había diseñado él mismo, así como la promesa de dejar de fumar. La pareja recibió cerca de 10.000 telegramas de felicitaciones así como más de 2.500 regalos de todas partes del mundo. Entre los numerosos regalos que llegaron de diferentes partes del planeta: una máquina de coser Singer o un frigorífico- entre los más curiosos- pero también fueron obsequiados con un caballo de carreras o un diamante rosa en bruto de más de 54 quilates. La reina madre les regaló una librería y la princesa Margarita una maleta para picnics.
Luna de miel en el Reino Unido
“Estabas tan tranquila y compuesta durante la ceremonia y dijiste tu parte con tal convicción, que supe que todo estaba bien”, le escribió el rey Jorge a su hija, tras la boda. Pese a esa tranquilidad, los novios no contaron el día de su boda con todos sus familiares, las hermanas de Felipe, casadas con alemanes sospechosos de simpatizar con el nazismo, no fueron invitadas. Por su parte, el tío de Isabel el abdicado Eduardo VIII, tampoco estuvo presente.
En cuando a la luna de miel, los novios decidieron no salir del Reino Unido por el momento que Europa estaba atravesando, en plena posguerra.
Decidieron dar ejemplo de austeridad y dividieron los días más romanticos que puede vivir una pareja recien casada en dos partes: por un lado pasaron tiempo en Hampshire, hogar del tío de Felipe, el conde de Mountbatten ; y, una segunda parte, en la finca escocesa de la famila real en Balmoral. Los recién casados no viajaron solos: les acompañó Susan, el corgi galés preferido de de Isabel.
Felipe, la sombra de la Reina
Pese a su fama de lenguaraz, nadie podrá reprochar nunca a Felipe de Edimburgo haber sido mal consorte. Son muy conocidas algunas meteduras de pata del marido de Isabel II, al que nunca le ha importado decir lo que pensaba, a costa de ser demasiado sincero. Así durante un encuentro con el presidente de Nigeria en el 2003, Felipe de Edimburgo le dijo al político africano, vestido con el atuendo nacional de toga y chilaba, lo siguiente: "Parece que estés listo para irte a dormir".
También se quejó, ante sus amigos, que no podía dar su apellido Mountbatten a sus hijos ya que la reina prefirió ponerles el de la casa Windsor, “no soy más que una ameba.Soy el único hombre en este país que no puede darle a sus hijos su nombre ”, pero con el tiempo se fue abriendo camino,lanzó el exitoso Premio del Duque de Edimburgo y presidió diferentes federaciones como la Ecuestre.
Le hubiera gustado seguir con su carrera militar, pero tras la muerte de su suegro y el ascenso al trono de Isabel, se entregó a sus nuevas ocupaciones entre ellas la educación de sus hijos: Carlos, Ana, Andrés y Eduardo.
Isabel II reconocía su entrega en sus bodas de oro en 1997: “Él es alguien que no acepta fácilmente los cumplidos, pero ha sido, sencillamente, mi fuerza y mi apoyo todos estos años, y yo, y toda su familia, y este y muchos otros países, tenemos una deuda con él mayor de la que nunca podría reclamar o de la que nunca sabremos".